LLEGA EL FINAL
Llega el final,
se abre una puerta
diferente
detrás espera un futuro
indefinible a los ojos de la sabiduría,
al sentir el peso de la
piel caer sobre sus párpados,
la mirada se enturbia ante
lo grisáceo del porvenir.
Ya no se acuerdan los
hornos de aquellas manos
elaborando el pan de la
mesa,
ya el humo de la chimenea
tiene otro color ante la máquinas
y no recuerda la calidez
de las yemas de los dedos
manufacturando el abrigo
para el invierno ante el fogón.
En un instante,
en un desliz de la
penumbra,
se borran las madrugadas
rechinando en los raíles
cuando unas manos
vigorosas arrancaban la entraña del furor,
ese, el que caldea algún
palacio del olvido.
En un parpadeo
insignificante,
la ceguera se apropia de
la razón
y en un sobrecito se
guarda la limosna
como galardón a la
curvatura de la espalda
cada vez que la siembra lo
pedía,
cada vez que el llanto
declamaba en la noche
ante el hambre del
caminante.
En un simple pestañeo se
da la vuelta a la orla
y desparecen los rostros
que cada día enseñaban a
sumar no sólo cifras,
sino también algunos
besos,
y labios frescos,
y las manos que labrarían
el futuro.
Esos rostros, aunque
ajados, siguen siendo rostros.
Y los brazos,
esos brazos envolviendo
almas a la deriva,
sacando las espinas de un
amanecer
enturbiado por
melancolías,
esos brazos maternales
ante la lágrima tierna,
capaz de iluminar los días
apesadumbrados.
Todo se olvida en un
febril capricho,
como si la noche nunca
rebasara nuestros límites.
Y esos ademanes entonando
las calles de la ciudad
cada día caminando a sus
moradas,
cada uno con su traje de
función correspondiente
engalanando las trincheras
de la vida,
poniendo una flor en el
jarrón de la mecedora al atardecer,
mientras despiertan la
alegría del vecindario.
Al caer la niebla,
pronto se relega la
condición
y sólo queda alguna voz
sublime
para llorar la pérdida del
pudor
y la lejanía de los que
partieron a otro continente.
A veces, ni quedan retratos
de una infancia,
ni los días señalados en
el calendario,
ni el rastro de la efigie,
y
ni siquiera la sangre
corriendo por otras venas.
Todo se olvida,
sólo la voz, o la palabra
escrita puede recordar su andadura,
o los objetos tallados en
la repisa,
o el cuadro pintado en la
pared,
el vestido entallado con
el primer beso;
¡pero aún así no obtienen
galardón!!
Algunas voces ya ni siquiera
mendigan,
otras han perdido el
candor entre las ramas secas,
pero otras gritan, gritan,
gritan,
quieren romper las cadenas
de la escollera
hasta ablandar las puertas
del infierno;
alzan el puño si es
preciso,
abanderan una nueva
gallardía,
y quieren seguir
engalanando las calles,
sólo, sólo piden un
mendrugo de pan para el amigo.
Algo que no va a arruinar
los blancos manteles.
Y además no quieren pasar
la puerta del olvido.
Aún están vivos.
Gloria Gómez Candanedo
Bravo poeta!!!
ResponderEliminarGracias!
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