miércoles, 28 de marzo de 2018

LLEGA EL FINAL - Gloria Gómez




LLEGA EL FINAL


Llega el final,
se abre una puerta diferente 
detrás espera un futuro indefinible a los ojos de la sabiduría,
al sentir el peso de la piel caer sobre sus párpados, 
la mirada se enturbia ante lo grisáceo del porvenir.
Ya no se acuerdan los hornos de aquellas manos
elaborando el pan de la mesa,
ya el humo de la chimenea tiene otro color ante la máquinas
y no recuerda la calidez de las yemas de los dedos
manufacturando el abrigo para el  invierno ante el fogón.

En un instante,
en un desliz de la penumbra,
se borran las madrugadas rechinando en los raíles
cuando unas manos vigorosas arrancaban la entraña del furor,
ese, el que caldea algún palacio del olvido.
En un parpadeo insignificante,
la ceguera se apropia de la razón
y en un sobrecito se guarda la limosna
como galardón a la curvatura de la espalda
cada vez que la siembra lo pedía,
cada vez que el llanto declamaba en la noche
ante el hambre del caminante.

En un simple pestañeo se da la vuelta a la orla
y desparecen los rostros
que cada día enseñaban a sumar no sólo cifras,
sino también algunos besos,
y labios frescos,
y las manos que labrarían el futuro.
Esos rostros, aunque ajados, siguen siendo rostros.

Y los brazos,
esos brazos envolviendo almas a la deriva,
sacando las espinas de un amanecer
enturbiado por melancolías,
esos brazos maternales ante la lágrima tierna,
capaz de iluminar los días apesadumbrados.
Todo se olvida en un febril capricho,
como si la noche nunca rebasara nuestros límites.

Y esos ademanes entonando las calles de la ciudad
cada día caminando a sus moradas,
cada uno con su traje de función correspondiente
engalanando las trincheras de la vida,
poniendo una flor en el jarrón de la mecedora al atardecer,
mientras despiertan la alegría del vecindario.

Al caer la niebla,
pronto se relega la condición
y sólo queda alguna voz sublime
para llorar la pérdida del pudor
y la lejanía de los que partieron a otro continente.
A veces, ni quedan retratos de una infancia,
ni los días señalados en el calendario,
ni el rastro de la efigie, y
ni siquiera la sangre corriendo por otras venas.

Todo se olvida,
sólo la voz, o la palabra escrita puede recordar su andadura,
o los objetos tallados en la repisa,
o el cuadro pintado en la pared,
el vestido entallado con el primer beso;
¡pero aún así no obtienen galardón!!

Algunas voces ya ni siquiera mendigan,
otras han perdido el candor entre las ramas secas,
pero otras gritan, gritan, gritan,
quieren romper las cadenas de la escollera
hasta ablandar las puertas del infierno;
alzan el puño si es preciso,
abanderan una nueva gallardía,
y quieren seguir engalanando las calles,
sólo, sólo piden un mendrugo de pan para el amigo.
Algo que no va a arruinar los blancos manteles.
Y además no quieren pasar la puerta del olvido.
Aún están vivos.

Gloria Gómez Candanedo

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