Nunca
supimos encontrar las palabras del adiós,
esas,
que romperían las cadenas de los más tupidos abecedarios en la sombra,
esas,
que liberarían la pesada carga atada al cordón,
no
supimos tampoco, tiznar de ensueño los días apagados
en
la hoja cortada cada noche por el sesgo de la lejanía.
Cada
luna, refleja una verruga mas en la distancia de los cuerpos,
y
se hace muy difícil abrir los ojos al nuevo día.
Ojala
estas páginas tuvieran otro pincel
que
llenara de color cada hoja nueva.
Ojalá
encontráramos las palabras del adiós
Quizá,
habría una sonrisa en la tez desaliñada de los años perdidos.
Quizá,
una mueca dulce adornaría la mesa vacía,
abriría
la zanja transparente a la luna de cada noche,
y
buscaría el aullido en los bosques
simulando
una hecatombe en alcobas clandestinas.
Quizá
los retoños mirarían al cielo, buscando la estrella
que
adormezca la sien templada, en el dolor de una despedida,
y
afanen perlas en la tarde palaciega,
percibiendo
aromas de tesón encarnecido
mientras
una silueta endeble a la luz,
prefiere
el tambaleo a caer en los brazos
del
frágil olvido en días de calendario
anochecido.
Las
arrugas del tiempo ondearían hendiduras a la superficie
clamando
deseos subyugados al recuerdo enmarcado,
en
el retrato que preside la encimera del
mueble bar,
al
otro lado de cimas enconadas
entre
lechos aprisionados en la cinta de tul .
Ojalá,
que todos los santos demonios nos devuelvan
las
palabras no pronunciadas en la parquedad de la noche;
yo
compondré la estrofa calinosa que envuelva una fragancia,
alejándome
para siempre del lugar que no reconocí en tu estancia
y
no volveré a la efigie de aquel retrato enmarcado;
sendas
abiertas afloran bajo mis pies que solo calzan mi huella.
Gloria Gómez Candanedo
Integrante de los talleres de poesía Grupo Cero de Alcalá de Henares
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