TRILCE
LVI
Todos
los días amanezco a ciegas
a
trabajar para vivir: y tomo el desayuno,
sin
probar ni gota de él, todas las mañanas.
Sin
saber si he logrado, o más nunca,
algo
que brinca del sabor
o
es sólo corazón y que ya vuelto, lamentará
hasta
dónde esto es lo menos.
El
niño crecería ahíto de felicidad,
oh
albas,
ante
el pesar de los padres de no poder dejarnos
de
arrancar de sus sueños de amor a este mundo;
ante
ellos que, como Dios, de tanto amor
se
comprendieron hasta creadores
y
nos quisieron hasta hacernos daño.
Flecos
de invisible trama,
dientes
que huronean desde la neutra emoción,
pilares
libres
de base y coronación,
en
la gran boca que ha perdido el habla.
Fósforo
y fósforo en la oscuridad,
lágrima
y lágrima en la polvareda.
César Vallejo
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