SE DESCOLGÓ EL SILENCIO…
Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas
despegadas como la de un murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de
la negación.
Tu boca ya no acierta su
alimento.
Se te desencajaron las
mandíbulas
igual que las mitades de
una cápsula inepta para encerrar la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara
retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las
vanas ecuaciones de cosas y de rostros.
Dejaron de copiar con
lentejuelas amarillas los fugaces modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de
opalina hasta el fin donde se ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una rígida
armadura sin nadie,
sin más peso que la luz
que lo borra y lo amortaja en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la
inasible salvación
recorren desgarradoramente
el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo
infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de
carbón sofocado que atraviesa la estera de los días.
Tu muerte fue tan sólo un
pequeño rumor de mata que se arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a
la otra orilla,
debajo de una mesa
innominada, muda, extrañamente impenetrable,
allí, junto a los
desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de
una casa que rueda hacia el poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.
Olga Orozco
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