VIGILAR, SOBRE TODO,
Vigilar,
sobre todo,
a
ella, a la aterradora
fuerza
y beldad del mundo:
amor,
amor, amor.
Esa
que es grito y salto,
profesora
de excesos,
modelo
de arrebatos,
desatada
bacante
que
lleva el pelo suelto
para
inquietar los aires,
esa
envidia
de torrentes,
ejemplo
de huracanes,
la
favorita hija
de
los dioses extremos
–amor,
amor, amor-
que
con su delirante
abrazo
hace crujir
por
detrás de la carne
que
se deja estrechar
lo
que más se resiste
en
este cuerpo humano,
a
ternura ya beso:
el
destino final
del
hombree: el esqueleto.
Amor,
amor, amor.
¿Por
qué quién ha sabido
nunca,
si hace o deshace?
¿Y
si, cuando nos arde
es
que nos alza a llama,
o
nos quiere cenizas?
Por
eso, el mundo, hoy débil,
le
teme más que a nadie.
Y
hay que dar el aviso
a
todos los amantes
de
que la vida está
al
borde de romperse
si
se siguen besando
como
antes se besaban.
¡Que
se apaguen las lumbres,
que
se paren los labios,
que
las voces no digan
ya
más: “¡Te quiero!” ¡Que
un
gran silencio reine,
una
quietud redonda,
y
se evite el desastre
que
unos labios buscándose
traerían
a esta suma
de
aciertos que es la tierra!
Que
apenas la mirada,
lo
que hay más inocente
en
el cuerpo del hombre,
se
quede conservándole
al
amor su futuro,
en
esa leve estrella
que
los ojos albergan
y
que por ser tan pura
no
puede romper nada.
Tan
débil está el mundo
-cendales
o cristales- que
hay
que moverse en él
como
en las ilusiones,
donde
un amor se puede
morir
si hacemos ruido.
Sólo
una
trémula espera,
un
respirar secreto,
una
fe sin señales,
van
a poder salvar
hoy,
la
gran fragilidad
de
este mundo.
Y
la nuestra
Pedro
Salinas
Cuadro: El asombro de Miguel Oscar Menassa
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