jueves, 8 de septiembre de 2022

"NO DICE NADA",

 


“NO DICE NADA”,

 

“No dice nada”, ¿Que no dice nada?

¿Qué esos gorjeos, píos,

aurora inmaculada de una voz,

y sin pecado hablar, no dicen nada?

¿No es nada esto

que me tiene pendiente de su nada,

y tales luces vierte hasta mi oído

que antes estuvo ciego, y ya lo sabe?

Informes sones son, alegres vísperas

de formas, formas tristes.

Gorjeo del hablar, estado edénico

de una lengua que allá en un paraíso

hubo antes de las lenguas,

que nada mienta y las contiene a todas.

En él le oigo

todo lo que dirá

cuando yo no le oiga,

como lo diga entonces.

¿puede decir ya más que esto que pía,

que unos mayores llaman:

“No dice nada”, si me colma así,

los enteros deseos y me deja

transido de saber que antes no supe?

Otros la oirán más tarde

hablar quebradamente, con palabras

sueltas, y desgastadas,

de aquello que su ser decir querría,

de una vez, y certero, como ahora.

Entonces,

como es mayor

ya no sabrá, y a tientas,

con farol de razón de turbio vidrio,

irá buscando por la lengua –ruinas,

escorial alfabético,

de esta gran hermosura indivisible--,

este decir total que ahora le oigo.

Ahora,

aquí en este decir sin decir nada,

cabe su ser cabal, su entera vida

lo mismo que su carne, de ajustada,

a la voz primeriza.

Sale el acierto de la entraña niña,

y sólo con su trabajo

y de su aliento solo,

redondo, entero,

en que nada nos falta,

él se lo dice y e lo dice todo.

Así, rotundo, así debió decir

el mundo Dios, al empezar a hablarlo.  

Desde arriba

una sonrisa altísima, otro niño,

sobre nosotros se estará inclinando,

sonriéndose, riéndose,

de ver cómo este niño nos engaña:

“No dice nada”.

 

Pedro Salinas

Cuadro: El grito de Edward Munch

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