lunes, 23 de febrero de 2015

Leído en el taller



LA CICATRIZ

A cada hombre le tendríamos que hablar en una lengua distinta,
a cada amigo le tendríamos que hablar con una voz distinta
para que nos pidiesen comprender,
pero la lengua personal es tan fiel a sí misma,
tan incomunicable
que las palabras son como ataúdes
 y sólo llevan de hombre a hombre
su andamio agonizante,
su remanente de silencio
y su estertor.
                     Como aquella mañana
en que el sentarme en el autobús
vi a mi lado una antigua moneda romana,
una medalla
o  una lápida
que hablaba masticando las palabras,
era una campesina ya embebida
por la intemperie de la noche a tientas
y de la vida a ciegas
que me miraba con un poco de luto en las pupilas
como queriéndome abrigar,
y yo no supe contestarle,
y yo callaba junto a ella
porque mi lengua personal es inventada,
enfática,
y como no me sirve para hablar con un obrero o con un niño,
y como no me puede dar la absolución
a veces tengo que ocultarla como se oculta el dinero en la cartera,
a veces tengo que callar
como hice entonces,
sintiendo de repente
la incomunicación
igual que el aletazo de un murciélago,
con su golpe de trapo,
y su asco parcelado sobre el rostro,
donde el labio que calla va convirtiéndose en cicatriz.

Luis Rosales
De “Como el corte hace sangre, 1974”
España  1910 – 1992

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