HIJO
DE LA SOMBRA
Eres
la noche, esposa: la noche en el instante
mayor
de su potencia lunar y femenina.
Eres
la medianoche: la sombra culminante
donde
culmina el sueño, donde el amor culmina.
Forjado
por el día, mi corazón que quema
lleva
su gran pisada de sola donde quieres,
con
un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre
de las mañanas y los atardeceres.
Daré
sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su
avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un
astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia
mi osamenta con un escalofrío.
El
aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como
una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa
las parejas, las hace un solo bloque.
La
noche se ha encendido como una sorda hoguera
de
llamas minerales y oscuras embestidas.
Y
alrededor la sombra late como si fuera
las
almas de los pozos y el vino difundidas.
Ya
la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la
visible ceguera puesta sobre quien ama;
ua
provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya
recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.
La
sombra pide, exige seres que se ve entrelacen,
besos
embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos
que hagan música de sus mudos letargos.
Pide
que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú
y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide
que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con
todo el firmamento, la tierra estremecida.
El
hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor,
tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota
de sus perezas y de sus agujeros,
y
de sus solitarias y apagadas ciudades.
El
hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y
a su origen infunden los astros una siembra,
un
zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que
ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.
Moviendo
está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo
está la sombra su constelada umbría,
volcando
las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú
eres la noches, esposa. Yo so el mediodía.
Miguel
Hernández
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