RIMA LXXI
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la casa, en los hombros
llevaronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé en un momento:
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidiese el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido
en las sombras,
yo
pensé en un momento:
¡¡Dios
mío, qué solos
se
quedan los muertos!!
En
las largas noches
del
helado invierno,
cuando
las maderas
crujir
hace el viento
y
azota los vidrios
el
fuerte aguacero,
de
la pobre niña
a
veces me acuerdo.
Allí
cae la lluvia
con
un son eterno:
allí
la combate
el
soplo del cierzo.
Del
húmedo muro
tendida
en el hueco,
¡acaso
de frío
se
hielan sus huesos!...
¿Vuelve
el polvo al polvo?
¿Vuela
el alma al cielo?
¿Todo
es, sin espíritu,
podredumbre
y cieno?
No
sé; pero hay algo
que
explicar no puedo,
algo
que repugna
aunque
es fuerza hacerlo
¡a
dejar tan tristes,
tan
solos los muertos!
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