DESPUÉS DEL AMOR
Tendida tú aquí, en la
penumbra del cuarto,
como el silencio que queda
después del amor,
yo asciendo levemente
desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues,
apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las
lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical,
callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante,
en desorden, como lumbre
cantaba.
El reposo consiente e al
masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba
con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el
cuerpo veraz que en sus límites se rehace.
Tocando esos bordes,
sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,
se sabe que la amada
persiste en su vida.
Momentánea destrucción el
amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al
que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos
de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos
perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida
que desde su dulce exterioridad nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso
del amor que, colmado,
opulento de su sangre
serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el
vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el
cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no
ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita
el pensamiento diario de nuestro amor,
que allí lúcido vela.
En medio, sellando el
rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina,
rasgada, pura en las luces.
Oh temerosa llave del
recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con
estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera
apagada.
Vicente Aleixandre
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