miércoles, 9 de mayo de 2018

EL BARRIO - Esther Núñez


EL BARRIO


Sueño despierta
y los pensamientos vencen lo inanimado.
Me mantengo suspendida en el abismo
donde las piedras pierden su fragancia.
Yo a flote, la claridad del agua
demarca el rostro vencido.

Desafiando a la muerte amanece un nuevo día.
El aroma despierta inquietudes de abrazos
añoranza de los besos,
el rostro habla en el espejo
como el verso al que todos pertenecemos.

Una tarde de domingo…
al fin estrenaría el vestido de flores
prendido de infantil aroma,
ya la mirada de mi padre dio su aprobación.

En fila de a dos marchamos,
advertidos que en la calle todo muere,
asombrados por rayos de sol
que dibujan líneas intransitables
donde la transeúnte algarabía
escondida detrás de una sombra
resonará en la noche.

Esas tardes de domingo…
Arriba, en la terraza, la de la falda larga
cantando mientras tiende nostalgias de antaño.

En la tienda, el panadero
avivando con la masa entre las manos,
moldeando a su amada, con harina de simientes.
En la esquina de aquel bar, leyendo el periódico,
el vecino del sombrero pardo,
con su bigote y pipa haciendo piruetas,
y la sospecha de que hoy llueve.
Murmullo de aquellas gentes…
el ladrido de un perro en el funeral del día.

Aquel barrio no morirá jamás
ya no nos pertenece
y se ha de vencer la batalla
donde los soldados conservan la misma firmeza.
No volveremos a salir en fila de a dos
como colegiales asustados después de una despedida,
ya los temores arrullados, se desvanecieron.

Esas mañanas de domingo estrenando el nuevo vestido,
la mirada de mi padre,
en fila de a dos,
la de la falda larga,
el panadero con sus deseos,
el vecino del sombrero pardo,
el murmullo del as gentes,
el ladrido de aquel perro
y la muerte que engalana
la ciudad sitiada de recuerdos.

Mi padre y mi madre
abrazados en el funeral del día…
y la muerte que nos anuncia que sin ella
nada muere.

Esther Núñez Roma


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