CUENTO
Yo
era débil,
rubia,
poetisa, bien casada.
Tenía
deudas
y
una salud de panetela blanca.
Hicimos
una casa pobremente,
muchas
ventanas:
para
enseñar nuestro besos a las nubes,
para
que el sol entrara.
La
casa era tan bella
que
tú nunca dormías.
Ya
no eras abogado ni poliomielítico
ni
nada.
Nunca
dije:
¿cuándo
vas a poner esa demanda?
porque
yo tampoco
cocinaba.
Fueron
días
como
no quedan otros en las ramas.
Yo
me empeñaba en sembrar algo en el patio:
tus
gatos lo orinaban,
pero
era tan feliz que no podía
decir
malas palabras.
Ay,
una tarde…
(Septiembre
tomó parte en la desgracia),
ay,
una tarde
(Dios
estaría sacando crucigramas);
ay,
una tarde
pusiste
tantas piedras en mi saya
que
desde entonces
ando
inventándome la cara.
El
cuchillo
tenía
la forma de tu alma;
yo
quería ser otra, hablar de las estrellas…
(sobraron
noche y cama).
Yo
me empeñaba en sembrar algo en tu pecho:
tus
gatos lo orinaban,
y
era tan infeliz que no podía
decir
buenas palabras.
Tarde
de otoño.
miré
las sábanas amargas,
el
jarro de la leche,
las
cortinas,
y
el crepúsculo me convirtió en su mancha.
(Yo
era un clavel podrido de repente,
un
canario botado).
Con
empujones que lo gris me daba,
entre
temblores,
volví
a la falda
de
mi madre.
Pasaron
tantas cosas
mientras
yo me bebía la soledad a cucharadas…
Un
viernes
-un
viernes en que tu olvido me enterraba-
llegué
a la esquina
de
la casa.
Estaba
allí como una tumba diferente,
se
veía otra luz por las ventanas.
Tuve
miedo de odiar…
(Ya
era hasta mala).
Pasaron
tantas cosas;
el
tiempo fue cosiendo mi mirada.
Ahora
no pueden asustarme con los truenos
porque
la luz me alza.
Ahora
no pueden confundirme con un libro.
Soy
la palabra recobrada.
¡Ríanse,
agujas
que en mi carne se desmandan;
ríanse,
arañas
que me tejen la mortaja;
ríanse,
que
a mí, también, carajo, me da gracia!
Carilda
Oliver Labra
No hay comentarios:
Publicar un comentario