jueves, 11 de febrero de 2016


RIMA LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y, su albor primero,
con sus mil ruidos,
despertaba el pueblo.
ante aquel contraste
de vida y misterio
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

--¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!

De la casa, en hombros,
llevarónla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de la Ánimas,
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporreteo.
tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto,
todo se encontraba
que pensé un momento:

--Dios mío, que solos
Se quedan los muertos!

*

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.

El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
allí la acostaron,
tapiárosle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
la noche se entraba,
(reinaba el silencio);
perdido en las sombras,
yo pensé un momento:

--¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!

**

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
del húmedo muro
tendido en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos…!

***

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
no sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
a dejar tan tristes,
tan solos los muertos.


Gustavo Adolfo Bécquer

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