DIVINA PSIQUIS, DULCE MARIPOSA
INVISIBLE…
¡Divina Psiquis, dulce
mariposa invisible
que desde los abismos has
venido a ser todo
lo que en mi ser nervioso
y en mi cuerpo sensible
forma la chispa sacra de
la estatua de lodo!
Te asomas por mis ojos a
la luz de la tierra
y prisionera vives en mí
de extraño deseo;
te reducen a esclava mis
sentidos en guerra
y apenas vagas libre por
el jardín del sueño.
Sabia de la Lujuria que
sabe antiguas ciencias,
te sacudes a veces entre
imposibles muros,
y más allá de todas las
vulgares conciencias
exploras los recodos más
terribles y obscuros.
Y encuentras sombra y
duelo. Que sombra y duelo encuentres
bajo la viña en donde nace
el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te
posas en los vientres
que hicieron a Juan loco e
hicieron cuerdo a Pablo.
A Juan virgen y a Pablo
militar y violento,
a Juan que nunca supo del
supremo contacto;
a Pablo el tempestuoso que
halló a Cristo en el viento,
ya Juan ante quien Hugo se
queda estupefacto.
Entre la catedral y las
ruinas paganas
vuelas, ¡oh Psiquis, oh
alma mía!
–como decía
aquel celeste Edgardo,
que entró en el paraíso
entre un son de campanas
y un perfume de nardo-,
entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de
cristal,
tus dos alas divinas.
Y de la flor
que el ruiseñor
canta en su griego
antiguo, de la rosa,
vuelas, ¡oh, Mariposa!,
a posarte en un clavo de
nuestro Señor.
Rubén Darío
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