DESPUÉS DE LA
DESPEDIDA
El momento
llegó de la partida.
Es hora ya de
que el viajero ande.
Lloras y eres
más bella entristecida:
yo estoy
triste también, y amo mi herida
pues sé que es
el dolor lo único grande
que hay en
medio del barro de la vida.
Estamos juntos,
sin decirnos nada.
Tu amor
perfuma, mi pasión florece;
tiembla el
llanto encendido en tu mirada,
pálida sombra
en tus ojeras viste.
Lloras; y en
tanto que el silencio crece,
yo me pongo a
mirar cómo anochece
en tu mirada
luminosa y triste…!
La calle, el
libro, el oro del poniente
te hablarán al
oído del ausente.
Oye: fija los
ojos en la altura;
y mientras yo
por el erial me pierdo,
sé buena,
humilde y pura,
y calienta el
jardín de tu ternura
con el rayo
del sol de mi recuerdo!
****
Así te dije. Al
fin llegase el día
de marchar. La
mañana estaba fría,
trivial e
indiferente.
Las campanas
sonaban.
Era el día de
Ceniza. Lentamente
iban los transeúntes,
y llevaban
la cruz de
plomo en o alto de la frente.
Nosotros con
el rito no cumplimos
pues la ceniza
en nuestro ser ya estaba.
Casi serenos,
la piqueta oímos
que hora por
hora en el olvido excava:
¿Qué importa
una existencia que es mentira?
Se agranda el
sol cuando la tarde expira…
¡como el amor
cuando el placer se acaba!
Juntas las
manos en estrecho nudo,
te di el último
beso, largo y mudo,
que fue como
un sarcasmo de la suerte:
pues él me
pareció, ya enlutecido
por la
ausencia, a la hora de perderte,
¡un banquete
de púrpura servido
en la misma
antesala de la muerte!
Maldije, como
farsa y como escoria,
nombre y
esfuerzo, juventud y gloria,
nulos ante
este idilio hecho pedazos…
y dándote el
adiós de despedida,
crucifiqué los
sueños de mi vida
sobre la cruz
de mármol de tus brazos.
Aurelio Martínez
Mutis
Cuadro: "Los brotes de la tierra" de Miguel O. Menassa
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