NO ENTRES DÓCILMENTE EN ESA NOCHE
QUIETA
No entres dócilmente en
esa noche quieta.
La vejez debería delirar y
arder cuando se cierra el día;
Rabia, rabia, contra la
agonía de la luz.
Aunque los sabios al morir
entiendan que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no
ensartaron relámpagos
no entran dócilmente en
esa noche quieta.
Los buenos, que tras la última
inquietud lloran por ese brillo
con que sus actos frágiles
pudieron danzar en una bahía verde
rabian, rabian contra la
agonía de la luz.
Los locos que atraparon
y cantaron al sol en su carrera
y aprenden, ya muy tarde,
que llenaron de pena su camino
no entras dócilmente en
esa noche quieta.
Los solemnes, cercanos a
la muerte, que ven con mirada
deslumbrante
cuánto los ojos ciegos
pudieron alegrarse y arder como
meteoros
rabian, rabian contra la
agonía de la luz.
Y tú mi padre, allí, en tu
triste apogeo
maldice, bendice, que yo
ahora imploro con la vehemencia
de tus lágrimas.
No entres dócilmente en
esa noche quieta.
Rabia, rabia contra la
agonía de la luz.
Germán Pardo García
Cuadro: "Abismo de las horas quietas" de Miguel Oscar Menassa
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