DOS NIÑOS ANHELANTES
No. No tienen tamaño sus
tobillos; no es su espuela
suavísima, que da en las
dos mejillas.
Es la vida no más, de bata
y Yuso.
No. No tiene plural su
carcajada,
ni por haber salido de un
molusco perpetuo, aglutinante,
ni por haber entrado al
mar descalza,
es la que piensa y marcha,
es la finita.
Es la vida no más; sólo la
vida.
Lo sé, lo intuyo
cartesiano, autómata,
moribundo, cordial, en
fin, espléndido.
Nada hay sobre la ceja
cruel del esqueleto;
nada, entre lo que dio y
tomó con guante
la paloma, y con guante,
la eminente lombriz
aristotélica;
nada delante ni detrás del
yugo;
nada de mar en el océano
y nada
en el orgullo grave de la
célula.
Sólo la vida; así: cosa
bravísima.
Plenitud inextensa,
alcance abstracto,
venturoso, de hecho,
glacial y arrebatado, de
la llama;
freno del fondo, rabo de
la forma.
Pero aquello
para lo cual nací
ventilándome
y crecí con afecto y drama
propios,
mi trabajo rehúsalo,
mi sensación y mi arma lo
involucran.
Es la vida y no más,
fundada, escénica.
Y por este rumbo,
su serie de órganos
extingue mi alma
y por este indecible,
endemoniado cielo,
mi maquinaria da silbidos
técnicos,
paso la tarde en la mañana
triste
y me esfuerzo, palpito,
tengo frío.
César Vallejo
Cuadro: "Paseando con los niños" de Miguel O. Menassa
No hay comentarios:
Publicar un comentario