NOCTURNO DEL HUECO
Para ver que todo se ha
ido,
para ver los huecos y los
vestidos,
¡dame tu guante de luna,
tu otro guante perdido en
la hierba,
amor mío!
Puede el aire arrancar los
caracoles
muertos sobre el pulmón
del elefante
y soplar los gusanos
ateridos
de las yemas de luz o las
manzanas.
Los rostros bogan
impasibles
bajo el diminuto griterío
de las yerbas
y en el rincón está el
pechito de la rana,
turbio de corazón y
mandolina.
En la gran plaza desierta
mugía la bovina cabeza
recién cortada
y eran duro cristal
definitivo
las formas que buscaban el
giro de la sierpe.
Para ver que todo se ha
ido
dame tu mudo hueco, ¡amor
mío!
Nostalgia de academia y
cielo triste.
¡Para ver que todo se ha
ido!
Dentro de ti, amor mío,
por tu carne,
¡qué silencio de trenes
boca arriba!
¡cuánto brazo de momia
florecido!
¡que cielo sin salida,
amor, qué cielo!
Es la piedra en el agua y
es la voz en la brisa
bordes de amor que escapan
de su tronco sangrante.
Basta tocar el pulso de
nuestro amor presente
para que broten flores
sobre los otros niños.
Para aver que todo se ha
ido.
Para ver los huecos de
nubes y ríos.
Dame tus manos de laurel,
amor.
¡Para ver que todo se ha
ido!
Ruedan los huecos puros,
por mí, por ti, en el alba
conservando las huellas de
las ramas de sangre
y algún perfil de yeso
tranquilo que dibuja
instantáneo dolor de luna
apuntillada.
Mira formas concretas que
buscan su vacío.
Perros equivocados y
manzanas mordidas.
Mira el ansia, la angustia
de un triste mundo fósil
que no encuentra el acento
de su primer sollozo.
Cuando busco en la cama
los rumores del hilo
has venido, amor mío, a
cubrir mi tejado.
El hueco de una hormiga
puede llenar el aire,
pero tú vas gimiendo sin
norte por mis ojos.
No, por mis ojos no, que
hora me enseñas
cuatro ríos ceñidos en tu brazo,
en la dura barraca
donde la luna aprisionera devora
a un marinero
delante de los niños.
Para ver que todo se ha
ido
¡amor inexpugnable, amor
huído!
No, no me des tu hueco,
¡que ya va por el aire el
mío!
¡Ay de ti, ay de mí, de la
brisa!
Para ver que todo se ha
ido.
II
Yo.
Con el hueco blanquísimo
de un caballo,
crines de ceniza. Plaza
pura y doblada.
Yo.
Mi hueco traspasado con
las axilas rotas.
Piel seca de uva neutra y
amianto de madrugada.
Toda la luz del mundo cabe
dentro de un ojo.
Canta el gallo y su canto
dura más que sus alas.
Yo.
Con el hueco blanquísimo
de un caballo.
Rodeado de espectadores
que tienen hormigas en las palabras.
En el circo del frío sin
perfil mutilado.
Por los capiteles rotos de
las mejillas desangradas.
Yo.
Mi hueco sin ti, ciudad,
sin tus muertos que comen.
Ecuestre por mi vida
definitivamente anclada.
Yo.
No hay siglo nuevo ni luz
reciente.
Solo un caballo azul y una
madrugada.
Federico García Lorca
Cuadro: "Amores ocultos" de Miguel O. Menassa
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