LA SOLEDAD
ESCENA I
Vendrá.
Vendrá.
Lo ha
escrito.
La semana
que viene.
Mientras,
blanqueo la casa,
arreglo la
cocina,
termino de
pintar el techo de la alcoba.
Ahora
tengo una
nueva cama,
dos sillas
de nogal,
una cómoda,
un buen palanganero,
una mesa que
no se tambalea…
Somos dos
solamente…¿Qué más puedo querer?
Afuera,
en mitad del
jardín,
engordan los
tomates…
Hay acelgas,
lechugas,
rábanos,
zanahorias…
Las patatas,
reventando
en la tierra,
sólo están
esperando su llegada.
Las ramas
del durazno se doblan… el ciruelo
no puede
aguantar más… cuando los miro,
parece que
me dicen “No nos toques. Ya viene.”
Tengo un
gallo cantor
y hasta
siete gallinas ponedoras…
Todo está
preparado.
Vendrá.
Pienso que el martes…
si no, a lo
más tardar,
la mañana
del miércoles…
o quizás en
la noche… Sí, mejor… ¡En la noche!
ESCENA II
Vendrá.
Vendrá.
Lo ha
escrito.
Ya pasó una
semana.
Viene desde
muye lejos…
De allá del
norte… en tren…
Casi dos mil
kilómetros…
Muy lejos…
malos trenes…
Y el calor…
y el polvo
que entra
por todas partes…
La casa está
ya lista: una paloma blanca
de cal pura…
Lucientes,
más brillantes
que el oro,
la sartén,
el perol, la cacerola… Y luego,
la cama
grande, grande… cubierta de una colcha
de colores,
con pájaros…
Pero muchos kilómetros
sin nadie… Eso me han
dicho…
Y el calor…
Y el polvo…
Tendrá sed….
Aquí, el agua
no falta
casi nunca… Va a gustarle esto mucho…
Poco trabajo
para ella… Yo
lo haré
todo. Soy fuerte todavía….
¿Ella? Bueno.
Veremos.
Es mi mujer….
No quiero que se canse.
“Trae aquí
eso tomates… mira, aquellos de allá,
tan
colorados…” Nunca los ha visto.
Dirá que no…
“¿Lechugas como éstas,
tan blancas?
¿Y los rábanos? ¡Tampoco!
Vamos, mujer…
te esperan las gallinas…
¿Qué más
quieres? El postre
ahí lo
tienes colgado del ciruelo.
Extiende el
delantal y sacude una rama…”
Ya es muy
tarde. Le tomo la cintura…
Se sonríe…
¡Qué hermosa”
Apagamos la
luz…
Así. ¡Cuántos
kilómetros!
Hoy es miércoles
ya… vendrá esta noche.
ESCENA III
¿Vendrá?
Puede que
venga.
Lo dice en
esta carta que aquí llevo.
Se está
yendo el verano… y llueve. Las patatas..
¡cuántas ya
se han podrido!
Los tomates
se hincharon de tal modo
que rodaron
por tierra, derramándose.
La fruta se
acabó. Nunca los pájaros
comieron más
duraznos y ciruelas.
Las acelgas…
¡Qué viejas y amarillas
están ya!
¡Qué buen tonto
sería si
plantara de nuevo más lechugas!
Las gallinas
cloquean por los muertos sembrados.
La lluvia ha
enverdecido el banco de la casa.
La cocina
está negra de hollín… miro las sillas…
Una está sin
usar… la otras ya tiene
partido el
palo… el suelo
cruje sucio
de tierra.
En un rincón,
la escoba se aburre. Hace ya un mes
que no lavo
las sábanas… tan sólo,
enganchada
de un clavo del muro de la alcoba,
sigue la
nueva colcha de los pájaros.
Llega el
otoño ya.
Mi mujer no
ha venido. Yo no la conocía…
No la conocí
nunca.
Era joven. Lo
sé.
Unos veintidós
años…
Aquí tengo
su carta…
Yo he
cumplido sesenta…
El polvo… el
calor… tal vez tantos kilómetros…
¡Vaya usted
a saber!
Rafael Alberti
Cuadro de Edward Hopper
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