AMABA LA CÁRCEL DONDE HABITABA
Te amé, lo
reconozco, con toda la furia y la locura de los iniciados.
Mi cuerpo de
mujer abierto a los deseos claros, se alteró
por tus
celos de tenues sonidos imaginarios, y una feroz humillación
atacó la
ternura, hasta hacerte un extraño en mi vida.
Para olvidarte,
no encontré las fórmulas precisas.
Mi piel
encadenada a inolvidables momentos, amaba la
cárcel donde
habitabas con legajo de cadena perpetua.
Sin querer retroceder,
acepté el sobreentendido tentador,
la
posibilidad constante de un encuentro en libertad.
La memoria
que convocaba mi insistencia, poseía un desafío
desmedido: “no
amar la traición” y asistida por mágicas
razones,
quise ser más que una mujer.
Noches
encantadas del universo quimérico que pasé a tu
lado, me
hicieron un jugador y seguí apostando.
Imposibilitada
de cambiar de rumbo, una voluntad sagrada,
me obliga a
comprender el tiempo que nos une.
Todo fue
imposible, no alcanzó ninguna palabra, ningún
gesto, ningún
acuerdo, ni siquiera ningún adiós.
Hoy, deseo
que nadie comprometa mi tristeza.
Lucía Serrano
Cuadro: "Noche entre rejas" de Miguel O. Menassa
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