domingo, 26 de junio de 2022

EL OFICIO DE VIVIR

 


EL OFICIO DE VIVIR

 

No suelo llorar.

 

Últimamente es mi corazón

quien se abraza a mis costillas

y me deja en la boca y la garganta

un gusto a lágrima;

la humedad es entonces un sabor en mi lengua

o la necesidad de protegerme del resplandor

y no dejar que la herida profunda

pueda más que la vida demandándome que exista.

 

A ras de los días crece ese lago  secreto

con sus estalactitas y estalagmitas

sus caracoles lentos

la línea cristalina de sus reflejos

en las que, al entrecerrar los ojos,

imagino ciudades espléndidas, el país que pudo haber sido,

las vidas alternas que tuve al alcance de mis manos

y que se marcharon al trote de una sola decisión.

 

¿Cuánto que pude haber sido, no fui?

¿Cuánto que aún podría ser no soy?

¿Qué cuentas me doy a mí misma por mis concesiones,

la piedra que no lancé, el NO que se quedó atrapado

entre los dientes?

 

¿Quién he de ser?

¿La que cruza los días sobre cuidadosamente construidas razones

o la que se pasea al interior de la cueva oculta

preguntándose si es suya la sustancia de su cuerpo

o pertenece a ojos ajenos empecinados

en mirar el espejismo que justifique

su amor o su desprecio?

 

Uno se pasa la vida atreviéndose a ser;

ese atrevimiento humano es el diente que se clava en mi ternura

y me hace amar la fragilidad de la creación.

 

Pues cierto es que el emerger del recinto interior

iluminados o temblando por la zozobra de una convicción

nadie puede avisarnos

si sobreviviremos o pereceremos en el intento.

 

Así de arduo es este hermoso oficio de vivir

porque el tiempo es nuevo cada día

y aborrece las repeticiones.

 

Gioconda Belli

Cuadro de Pierre Auguste Renoir

 

 

 

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