EDAD DE UN NUEVO AÑO
Inesperadamente, llegaste
de improviso,
sin anuncio y sin ángel,
como llega la muerte.
Como irrumpe en el alma el
amor insumiso.
Como el tiempo hecho río,
en la sombra se vierte.
Llegaste. Ahora me miro a
familiar, ya extraño
en los verdes espejos de
la clara memoria,
y a veces soy un hombre
fugitivo y huraño
que huye por no escuchar
su propia historia.
A veces a mí mismo, me
escucho como a un eco,
y playas de ventura, de
amor, cruzo sin huellas.
Tu bosque, juventud, solo
es un árbol seco.
Me reconozco sólo si miro
a las estrellas.
Por qué esta voz estreno
ahora tan diferente
para nombrar las cosas que
fueron alegría.
Por qué hasta mis pupilas
llega heridoramente
esta luz –esta espada—clara
sangre del día.
Llegaste. No hay lindero
que marque tu camino
ni pájaros te anuncian,
como a las estaciones.
Cuando llegas, el hombre
se dice: es el destino.
Y muerde el agrio tallo de
las desilusiones.
Una edad que ya deja
tristemente lejana
la de infantiles aves, me
habita y ensombrece.
Vivir es sentir como,
mañana tras mañana,
en nosotros un ave de
alegría enmudece.
Pero la vida sigue tras de
la errante pena
y el hombre va sumido en
su vasta espesura.
Su fuerza nos empuja, nos
late en honda vena.
Tornemos doloroso esfuerzo
la amargura.
Leopoldo de luis
Cuadro: "El mundo de los niños" de Joaquín Sorolla
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