lunes, 16 de mayo de 2022

A LA MUJER DE LOS OJOS DE ACERO

 


A LA MUJER DE LOS OJOS DE ACERO

 

 

He visto a una mujer de ojos de acero

con un taje de novia hecho jirones,

el gesto diluvial de un aguacero,

habitante de antiguas poblaciones.

 

Recuerdo bien el rostro de esta anciana

en cuya helada casa estuve un día:

mi juventud de entonces,

ni veía

el paisaje cruel tras la ventana.

 

Un campo gris, adusto, casi yerto,

cenicienta colina planetaria,

un árbol del que cuelga un fruto muerto

y un cielo de tersura temeraria.

 

La mujer removía su vestido

entre los brazos se los rotos muros.

Salí de aquella estancia convencido

de que mis ojos eran más oscuros.

 

Porque la casa oscuramente amuebla

un mobiliario herido de carcoma,

armarios que contienen unas ropas se niebla,

espejos en que el rostro de un pobre niño asoma.

 

Y la cama de sábanas hostiles

donde han dormido ciegos regimientos

que dejaron inútiles fusiles

encasquillados de remordimientos.

 

Alguien sacude antiguos reposteros

y descorre amarillos los estores,

escribe en las paredes nombres de prisioneros

y confía en los viejos desertores.

 

Y la mujer de ojos de acero mira

tras de las polvorientas cristaleras.

El odio en sus estancias nuevamente conspira

y huéspedes de llanto suben sus escaleras.

 

Siempre hay dos en la casa de esta mujer, habitan

dos seres siempre opuestos y enfrentados.

La mujer sabe cuántas miserias los concitan

y con ellas los tiene sádicamente atados.

 

Hoy vuelvo a ver la casa de esta vieja

mujer. Los que golpean su postigo

olvidan que el rencor nunca se aleja

y que ellos mismos son el enemigo.

 

Leopoldo de Luis

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