LOS GRANDES DÍAS DEL POETA
Los discípulos de la luz
sólo inventaron tinieblas apenas opacas.
El río arrastra un
diminuto cuerpo de mujer lo que
es indicio de un final
próximo.
La viuda vestida con ropas
nupciales se equivoca de séquito.
Todos llegaremos con
atraso a nuestras tumbas.
Un navío de carne encalla
en una playa pequeña.
El timonel invita a los
pasajeros a callarse.
Las olas esperan
impacientes. ¡Más Cerca de Ti oh Dios mío!
El timonel invita a las
olas a hablar. Estas hablan.
La noche ocluye sus
frascos con estrellas y hace fortuna con la exportación.
Se construyen grandes
tableros para vender ruiseñores.
Pero no pueden satisfacer
los deseos de la Reina de Liberia que quiere un ruiseñor blanco.
Un comodoro inglés jura
que no lo sorprenderán más recolectando salvia de noche entre los pies de las
estatuas de sal.
A propósito de esto una
pequeña salera con Cerebos se endereza con dificultad sobre sus delgadas
piernas,
y derrama en mi plato todo
lo que me queda por vivir.
Lo bastante para salar el
océano Pacífico.
Pondréis en mi tumba un
salvavidas.
Porque uno nunca sabe.
Roberto Desnos
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