IGNORANCIA
Cuando caí de Ti
a la dura tierra,
cuando me hallé,
caliente de tus manos,
desnuda y con
gemido entre los hombres,
era tu propio
aliento el que llenaba
mis frágiles
pulmones encerrados
hasta ese
instante en soledad sin viento.
Era el reflejo de
tu rostro en llamas
el que encendía
mis pupilas nuevas.
Venía desde Ti,
de Ti sabía
tu esencia, tu
color y tu figura.
Sabía la razón de
mi comienzo,
la cusa de mi
carne y el designio
que hizo brotar,
precisa, mi simiente
entre infinitos
gérmenes frustrados.
Entonces te sabía
y me sabía.
Por eso, duro,
hermético, borraste
al paso de los
días la memoria
de aquel primer
instante y me has dejado
como un sediento
río que corriera
desde una oscura
fuente inasequible
hacia ignorados
mares sin orilla.
Ángela Figuera
Aymerich
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