EL CIEGO
Lo ví de pronto, inmóvil
en mitad del camino…
Yo avanzaba sin verlo. Y él
allí, esperándome,
oculto en el enigma de sus
ojos sellados.
¡Ese blanco mirar que
traspasó de noche mis huesos y mi sangre!
¡Esa quietud profunda
hecha de lumbre y sueño!
¡Ese lento dominio que me
invadió a distancia,
forzándome a una entrega
total y sin retorno!
Estaba allí, en mi ruta,
por mí, para mí sola…
Y al acercarme ya, qué
inundación de luces,
de ausencias comprendidas,
de verdades sin velo.
Fui –minuto de gloria-
callado lazarillo…
Después seguí adelante;
pero ya no iba sola.
Mi corazón ardía…
Ernestina Champourcin
No hay comentarios:
Publicar un comentario