miércoles, 7 de enero de 2015

Poemas del recital 15 de diciembre de 2014


LA TIERRA

I

A veces te siento en las entrañas como una dentellada
clamando la suela de mis zapatos por tus hileras;
a veces la lejanía se me clava en las venas
demandando la sonrisa allí nutrida en los recovecos de la infancia;
a veces tiras de mí, tierra mía, como si un desgarro abriera los abismos,
en el tronco de las desdichas.

Aún retumba el silbido de aquel tren que partiera
a tierras lejanas donde el mar rompe estruendos de dolor;
aún relumbra el cielo estrellado de aquella noche
mientras se  perdía entre las hojas de un débil otoño en la llanura.

El canto de las golondrinas se alejaba cuando
las llantas de los raíles rechinaban tras las cumbres;
sabias ellas, no volverían.

Al pasar de los estíos, siento el frescor del alba empuñando hoces
dispersando frutos entre los valles.
Debo volver siempre sobre las huellas
cada solsticio, abriendo espumas entre los ruiseñores.
No puedo olvidar el seno, sin dejar el camino a la intemperie
de muecas trazadas entre zarzamoras.

Agreste como ninguna dejaste en mí el destino,
incrustado en cada hoja de papel escrita entre oropeles
simulados, en la gran ciudad alejada de tu entraña.
Pintoresca en tu paisaje fijaste el eco de una dulzaina
alrededor de comensales intrusos, galardonando mi lecho.

Pero tu olor a verano me invade cada primavera
reclamando el paseo furtivo bajo alamedas discontinuas,
llevando de la mano nuevas voces al canto entre peñas
que elevan salmos a concilios armonizados.


II

Casi no queda nadie, pero tus calles están llenas de vida,
en cada esquina una sonrisa quedó dibujada;
el sauce sigue añorando la voz de la sabiduría,
tus calles siguen habitadas por las huellas de un padre
que negó su creencia tras la barra incendiaria
y una madre hilando encajes de escaparate.

Casi no queda nadie pero tu entraña me declama,
me arranca de la lejanía como un tornado,
me recuerda que otras ramas siguen contoneando
por tus correderas, tras la muralla siempre sublime.
Que el poeta dejó huella imborrable en papiro inagotable
y que su grave voz aún  se oye entre las gentes.

Aunque mis pies caminan por otras orillas
aunque mis manos bordan otros parajes
y trazan líneas en otras cuartillas
soy forastera.
Aunque pasen mil años en otro lugar, mi siembra no fructifica
aunque pinte de colores los días, sigo siendo extraña.

Los ojos de las gentes me miran detallando otra senda
sin tender el brazo, y sin embargo siento tus brazadas
llegar a la puerta,
cada vez que una copla lejana arrancada del eco
empaña el cristal con la escarcha del frío invierno,
olvidando los sueños depositados en la almohada
robada al fuego estelar.

Mis alas, aunque lejanas, siempre llanean
entre fortalezas escudriñadas a la templanza
emanada por la orillas del río en el cruce de caminos
con destino hacia cumbres llorando al mar.

Quizás porque mi retina lo primero que vio
la alameda altiva frente al zaguán marcando pasos de romanza.
Quizás porque el murmullo contra las piedras
agua venida de altas peñas, compusiera  la nota inolvidable.
O quizás porque la luciérnaga alumbraba las noches sin luna
escondida en  los jarales.

No puedo retornar sin haber empuñado un trozo de ti
Que me abrigue el otoño esperanzado tras los días
que retoñan los avellanos de la ladera del monte
y los frutos para el camino;
no puedo alejarme sin haber contemplado una vez más
el rojo poniente apagando las tardes estivales
que en tu faz tienen diferente color.



III

Quise huir en un tiempo de siembra engatusada
y quise cambiar los horizontes maltrechos de un semblante adoquinado
por la furia incorregible de imberbes sucumbiendo en pautas
en pos de charangas al viento clamando la belleza
perdida entre los barrotes de la soledad urdida
en las raíces del ocaso peregrinaje tras sierras empinadas
alejando almas a destierros desatinados.

Pero no puedo congelar la savia de mis venas
ni puedo borrar la efigie dimanada de tus vergeles
en el espejo de cada mañana


Gloria Gómez Candanedo

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