RAPOSA
Inglaterra,
eres
la vieja raposa avarienta,
que
tiene parada la Historia
de Occidente hace más de tres
siglos,
y
encadenado a Don Quijote.
Cuando
acabe tu vida
y vengas ante la Historia grande
Donde
te aguardo yo,
¿qué vas a decir?
¿Qué
astucia nueva vas a inventar entonces para engendrar a
Dios?
¡Raposa!
¡Hija
de raposos!
Italia
es más noble que tú
y
Alemania también.
En
su rapiña y en sus crímenes
Hay
un turbio hálito nietzscheniano de heroísmo, en el que
no pueden respirar los mercaderes,
un
gesto impetuosos y confuso de jugárselo todo a la última
carta,
que no pueden comprender los hombres
pragmáticos.
Si
abriesen sus puertas los vientos del mundo,
si
las abriesen de par en par
y
pasase por ellas la justicia
y
la democracia heroica del hombre,
yo
pactaría con las dos para echar sobre tu cara de vieja
raposa sin dignidad y sin amor,
toda
la saliva y todo el excremento del mundo.
¡Vieja
raposa avarienta,
has
escondido,
soterrado
en el corral,
la
llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la
Historia!...
¡No
sabes nada!
¡No
entiendes nada y te metes en todas las casas a cerrar las
ventanas
y
a cegar la luz de las estrellas!
¡Y
los hombres te ven y te dejan!
Te
dejan porque creen que ya se le han acabado los rayos a
Júpiter.
Pero
las estrellas no duermen.
Tu
imperio es sólo una torre artificiosa de ambiciones
encadenadas, que se la llevará el
viento como las
cuentas vencidas de un avaro
monstruoso. A la larga,
sólo un trust de mercaderes.
Vieja
raposa avarienta,
has
amontonado tu rapiña detrás de la puerta, y tus hijos
ahora no pueden abrirla para que
entren los primeros
rayos de la nueva aurora del mundo.
Vieja
raposa avarienta,
eres
un gran mercader.
Sabes
llevar muy bien
las
cuentas de la cocina
y
piensas que yo no sé contar.
¡Sí
sé contar!
He
contado mis muertos.
Los
he contado todos,
los
he contado uno por uno.
Los
he contado en Madrid,
los
he contado en Oviedo,
los
he contado en Málaga,
los
he contado en Guernica,
los
he contado en Bilbao…
los
he contado en todas las trincheras;
en
los hospitales,
en
los depósitos de los cementerios,
en
las cunetas de las carreteras,
en
los escombros de las casas bombardeadas
(resbalando
en la sangre,
tanteando
en las sombras y en las ruinas.)
Contando
muertos este otoño, en el Paseo del Prado, creí
una noche que caminaba sobre barro, y
eran sesos
humanos que llevé por mucho tiempo
pegados a las
suelas de mis zapatos.
Los
he contado en las plazas y en los parques.
He visto a un niño con la cabeza rota y
doblada sobre su
velocípedo, en una plaza solitaria,
cuando todos
huían a los refugios.
El
18 de noviembre, sólo en un sótano de cadáveres, conté
trescientos niños muertos.
Los
he contado en los carros de las ambulancias,
en
los hoteles,
en
los tranvías,
en
el Metro,
en
las mañanas lívidas,
en
las noches negras sin alumbrado y sin estrellas…
Y
en tu conciencia todos ¡Raposa!...
y todos te los has cargado a tu cuenta.
¡Ya
ves, si sé contar!
Eres
la vieja portera del mundo de occidente…
Tienes
desde hace mucho tiempo las llaves de todos los
postigos de Europa
y
puedes dejar entrar y salir por ellos a quien se te antoje.
Y
ahora por cobardía
por
cobardía y avaricia nada más
porque
quieres guardar tu despensa hasta el último día de la
Historia,
has
dejado meterse en mi solar
a
los raposos y a los lobos confabulados del mundo
para
que se sacien en mi sangre
y
no pidan enseguida la tuya.
Pero
ya la pedirán,
ya
la pedirán las estrellas.
el
hombre eterno,
y
tú eres sólo la sombra pasajera de la avaricia.
Oye,
Raposa:
Yo
soy el grito primero, cárdeno y bermejo de las grandes
auroras de occidente.
Ayer
sobre mi sangre mañanera, el mundo burgués edificó
en América todas sus factorías y
mercados.
Sobre
mis muertos de hoy, el mundo de mañana levantará la
Primera
Casa del Hombre.
Y
yo volveré,
volveré
porque aún hay lanzas y hiel sobre la Tierra.
Volveré,
volveré
con mi pecho y con la aurora otra vez.
León
Felipe
España
1884 – México 1968
De
“Llamadme publicano”
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