ECONOMÍA DOMÉSTICA
He aquí la regla de
oro, el secreto del orden:
tener un sitio para
cada cosa
y tener
cada cosa en su
sitio. Así arreglé mi casa.
Impecable anaquel
el de los libros:
un apartado para
las novelas,
otro para el ensayo
y la poesía en todo
lo demás.
Si abres una
alacena huele a espliego
y no confundirás
los manteles de lino
con los que se usan
cotidianamente.
Y hay también la
vajilla de la gran ocasión
y la otra que se
usa, se rompe, se repone
y nunca está
completa.
La ropa en su cajón
correspondiente.
Y los muebles
guardando las distancias
y la composición
que los hace armoniosos.
Naturalmente que la
superficie
(de lo que sea) está
pulida y limpia.
Y es también
natural
que el polvo no se
esconde en los rincones.
Pero hay algunas
cosas
que provisionalmente
coloqué aquí y allá
o que eche en el
lugar de los trebejos.
Algunas cosas. Por ejemplo,
un llanto
que no se lloró
nunca;
una nostalgia de
que me distraje,
un dolor, un dolor del que se borró el nombre,
un juramento no
cumplido, un ansia.
Que se desvaneció
como el perfume
de un frasco mal
cerrado
y retazos de tiempo
perdido en cualquier parte.
Esto me desazona. Siempre
digo: mañana…
y luego olvido. Y muestro
a las visitas,
orgullosa, una sala
en la que resplandece
la regla de oro que
me dio mi madre.
Rosario Castellanos
México 1924 –
Israel 1974
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