EL RÍO
Como un río esta estirpe
del hombre, un hondo río
que de las altas cumbres
del tiempo se despeña,
desde el lejano pecho azul
del manantío
a un mar de sombra donde
Dios lo sueña.
Arrastra viejas sílices,
arenas ancestrales,
crestas, rastros, telúricos
despojos,
cuerpos de piedra, llantos minerales
por negros montes y por
campos rojos.
Arrastra triste légamo,
agrio limo,
algas como cabellos de
sombríos ahogados,
corazones de musgo en
vegetal racimo,
cortezas milenarias, árboles
desraizados.
Se desliza lo mismo que un
hondo cielo de agua
apresado en los brazos
vetustos de la tierra,
suena con viril canto de
metal en la fragua,
lo empuja un largo viento
de inescalable sierra.
Humano y ciego río, en el
tiempo se siente
con sus antiguas voces de
remotas edades;
la vida sueña oculta en su
corriente
a través de ganadas,
perdidas heredades.
Más viejo que los robles y
que la negra encina
y los graves olivos que su
fluir refleja;
sólo menos que el mar
eterno en que termina,
tanto como esta tierra áspera
y vieja.
Revive siempre nuevos,
siempre antiguos paisajes:
praderas infantiles,
adolescentes huertos,
campos de trigo en cálidos,
alegres oleajes,
frondas espesas, páramos
oscurecidos, yertos.
Panoramas felices,
comarcas de ventura,
colinas de esperanza, imprevistas
regiones
de sorpresa, planicies de
amargura,
yermos por donde yerran
lejanas ilusiones.
Indiferente, ciega, el
agua siempre sigue:
los siglos la renuevan de
nada a nada huída.
Este río no es agua que nuestra
sed mitigue,
es sed para saciar el agua
de la vida.
Riega este viejo predio,
el patrimonio
empobrecido del planeta;
ahonda
en el suelo su vivo
testimonio
por toda la heredad triste
y redonda.
A través de los tiempos,
por los diarios cauces,
sus renovadas aguas son
siempre el mismo río:
vertiendo siempre en las
eternas fauces
nunca saciadas de hondo
mar sombrío.
Eras agua también de
esta rivera,
padre, como agua soy en tu
corriente,
como es agua este hijo que
ahora espera
su destino de joven
afluente.
Nos vamos sucediendo,
ondas caudales,
profunda estirpe, por el
mismo lecho.
¿Cuándo los misteriosos
manantiales
dejarán de alumbrarnos de
su pecho?
Nos vamos sucediendo gota
a gota,
linfa para secarse muerte
a muerte.
¿Cuándo ese mar oculto nos
agota
y en su definitivo abismo
nos convierte?
Sólo sabemos que, agua
viva, vamos
fluyendo día a día en
ancha vena,
que espejo fugaz somos de
algunos verdes ramos,
y que vamos al mar, como a
la pena.
Sólo sabemos que es
siempre la misma
el agua y, sin embargo, la
que una vez nos moja
no vuelve a fluir más: es
su azul crisma
irrepetible flor que se
deshoja.
Pasa el río. Pasamos. Irremediable
mana.
El tiempo nos arrastra
aguas abajo.
No vuelves, gota mía, no
vuelves ya mañana.
Entre lágrima y tierra te
amortajo.
Humana estirpe o
irretornable.
En él voy lo escucho en mi
pecho, y lo toco.
Ya te has deshecho, padre,
en lo insondable.
Yo en mi gota de agua me
ahogo poco a poco.
Leopoldo de Luis
Premio nacional de la
letras 2003
De “El padre”
Cuadro: "Con el tiempo" de Miguel Oscar Menassa
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