lunes, 8 de mayo de 2023

EL RÍO

 





EL RÍO

 

 

Como un río esta estirpe del hombre, un hondo río

que de las altas cumbres del tiempo se despeña,

desde el lejano pecho azul del manantío

a un mar de sombra donde Dios lo sueña.

 

Arrastra viejas sílices, arenas ancestrales,

crestas, rastros, telúricos despojos,

cuerpos  de piedra, llantos minerales

por negros montes y por campos rojos.

 

Arrastra triste légamo, agrio limo,

algas como cabellos de sombríos ahogados,

corazones de musgo en vegetal racimo,

cortezas milenarias, árboles desraizados.

 

Se desliza lo mismo que un hondo cielo de agua

apresado en los brazos vetustos de la tierra,

suena con viril canto de metal en la fragua,

lo empuja un largo viento de inescalable sierra.

 

Humano y ciego río, en el tiempo se siente

con sus antiguas voces de remotas edades; 

la vida sueña oculta en su corriente

a través de ganadas, perdidas heredades.

 

Más viejo que los robles y que la negra encina

y los graves olivos que su fluir refleja;

sólo menos que el mar eterno en que termina,

tanto como esta tierra áspera y vieja.

 

Revive siempre nuevos, siempre antiguos paisajes:

praderas infantiles, adolescentes huertos,

campos de trigo en cálidos, alegres oleajes,

frondas espesas, páramos oscurecidos, yertos.

 

Panoramas felices, comarcas de ventura,

colinas de esperanza, imprevistas regiones

de sorpresa, planicies de amargura,

yermos por donde yerran lejanas ilusiones.

 

Indiferente, ciega, el agua siempre sigue:

los siglos la renuevan de nada a nada huída.

Este río no es agua que nuestra sed mitigue,

es sed para saciar el agua de la vida.

 

Riega este viejo predio, el patrimonio

empobrecido del planeta; ahonda

en el suelo su vivo testimonio

por toda la heredad triste y redonda.

 

A través de los tiempos, por los diarios cauces,

sus renovadas aguas son siempre el mismo río:

vertiendo siempre en las eternas fauces

nunca saciadas de hondo mar sombrío.

 

Eras agua también de esta  rivera,

padre, como agua soy en tu corriente,

como es agua este hijo que ahora espera

su destino de joven afluente.

 

Nos vamos sucediendo, ondas caudales,

profunda estirpe, por el mismo lecho.

¿Cuándo los misteriosos manantiales

dejarán de alumbrarnos de su pecho?

 

Nos vamos sucediendo gota a gota,

linfa para secarse muerte a muerte.

¿Cuándo ese mar oculto nos agota

y en su definitivo abismo nos convierte?

 

Sólo sabemos que, agua viva, vamos

fluyendo día a día en ancha vena,

que espejo fugaz somos de algunos verdes ramos,

y que vamos al mar, como a la pena.

 

Sólo sabemos que es siempre la misma

el agua y, sin embargo, la que una vez nos moja

no vuelve a fluir más: es su azul crisma

irrepetible flor que se deshoja.

 

Pasa el río. Pasamos. Irremediable mana.

El tiempo nos arrastra aguas abajo.

No vuelves, gota mía, no vuelves ya mañana.

Entre lágrima y tierra te amortajo.

 

Humana estirpe o irretornable.

En él voy lo escucho en mi pecho, y lo toco.

Ya te has deshecho, padre, en lo insondable.

Yo en mi gota de agua me ahogo poco a poco.

 

Leopoldo de Luis

Premio nacional de la letras 2003

De “El padre”

Cuadro: "Con el tiempo" de Miguel Oscar Menassa

 

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