viernes, 14 de junio de 2019

DANS MA PENICHE - Luis Cernuda


DANS MA PENICHE
A Rosa Chacel
               
Quiero vivir cuando el amor muere;
muere, muere pronto, amor mío,
abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque grite:
“Vivir así es cosa de muerte”

Pobres amantes,
clamáis a fuerza de ser jóvenes;
sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga su frente cansadamente entre las manos
junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro;
pero en vosotros aún va fresco y fragante
el leve perejil que adorna un día el vencedor  adolescente.
Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.

Ante vuestros ojos, amantes,
cuando el amor muere,
la vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;
el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo
el rasguear de una guitarra en el ocio marino
y la luz del alcohol, alcenada como una cabellera;
vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares;
todo queda afanoso y callado,
así suele quedar el pecho de los hombres
cuando cesa el tierno barboteo de la melodía confiada,
y tras su delicia interrumpida
un afán insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes,
¿De qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?
Los atardeceres de manos furtivas,
el trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando el amor muere,
vuestra crueldad, vuestra crueldad pierde su presa,
y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva tu vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros por
las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fulja a nuestro lado,
cuánto vale una noche como ésta, indecisa entre
la primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque nocturno,
conforme conmigo mismo y con la indiferencia de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.

Jóvenes sátiros
que vivís en la selva, labios risueños ante el exangüe dios cristiano,
a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía,
pies de jóvenes sátiros,
danzad más presto cuando el amante llora,
mientras lanza su tierna endecha
de: “Ah cuando el amor muere”.
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
vuestra  descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y el deseo girará locamente en pos de los hermosos cuerpos
que vivifican el mundo un solo instante.

Luis Cernuda

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