ESTACIÓN DEL NORTE
Ahí esta, mirando en todas
direcciones,
maltrecha, olvidada,
hace tiempo que perdió el
esplendor,
se ha quedado muda y
apagada,
ya ningún tres hace parada.
Tantas veces levantando
barrera
con la mano del adiós,
cambio de agujas según el
destino de los abrazos,
recorridos ala norte
buscando la madera del amor
y las brasas de la pasión
extendidas al final de la escollera.
Ahí queda, apenas se
sostiene en pie,
aún la mecen los encuentros
y las largas despedidas,
aún resuena en el vacío de
sus muros
el murmullo del viento
al abismar en el eterno
adiós.
La veo al pasar
y un vértigo me recorre
desde la raíz hasta la sien.
Parece mirar a los viejos
transeúntes
como reclamando las risas
del ayer.
La recorre el sonido del
silencio
y a su lado exhalan las
bienvenidas del viajero
al volver de su larga
travesía,
a veces, como se fue.
Aún recuerda las noches
acogiendo al mendigo en su
entraña,
viendo pasar uno y otro
tren,
esperando la llegada de la
libertad,
o queriendo arrancar el
entresijo de la oscuridad,
perpetrado en el raíl de
otra partida.
Hay voces entre los muros
grises,
resonando en la tarde
ante la lejanía de los
silbidos,
alguna entonación queriendo
rescatar
la última mirada del hijo
que se va.
Resuellos en las ventanas
recuerdan la sonrisa de
algún abuelo
venido del otro lado del
océano.
Tantos momentos,
y tantas voces, y manos,
maletas llenas de ilusión o
vacías de equipaje.
Todo parece resonar
al girar la mirada al norte
del malecón.
Mas el vacío del andén
parece deglutir las sonrisas
de las llegadas…
y también las últimas
salidas…
en la emoción de la
esperanza.
Gloria Gómez Candanedo
Del libro “Caminante”
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