EVA ADVIERTE SOBRE
LAS MANZANAS
Allí te quedo en el
pecho,
por muchos años me
goces.
C.M.R.
Con poderes de Dios
-centauro omnipotenteme-
sacaste de le costilla
curva de mi mundo
lanzándome a busca tu
prometida tierra,
la primera estación del
paraíso.
Todo dejé atrás.
No oí lamentos, ni
recomendaciones
porque en todo Universo de
mi ceguera
sólo vos brillabas
recortado sol en la
oscuridad.
Y así,
Eva de nuevo,
comí la manzana;
quise construir casa y que
la habitáramos,
tener hijos para multiplicar
nuestro estrenado territorio.
Pero, después,
sólo estuvieron en vos
las cacerías, los leones,
el elogio a la soledad,
y el hosco despertar.
Para mí solamente los
regresos de prisa,
tu goce de mi cuerpo,
el descargue repentino de
ternura
y luego,
una y otra vez, la huida
tijereteando mi sueño,
llenando de lágrimas la
copa de miel
tenazmente ofrecida.
Me desgasté como piedra de
río.
Tantas veces pasaste por
encima de mis murmullos,
de mis gritos,
abandonándome en la selva
de tus confusiones
sin lámpara, ni piedras
para hacer fuego y calentarme,
o adivinar el rumbo de tu
sombra.
Por eso un día,
vi por última vez
tu figura recostada en el
rojo fondo de la habitación
donde conocí más furia que
ternura
y te dije adiós
desde el caliente fondo de
mis entrañas,
desde el río de lava de mi
corazón.
No me llevé nada
porque nada de lo tuyo me
pertenecía
--nunca me hiciste dueña
de tus cosas—
y saliste de mí
como salen –de pronto—
desparramados, tristes,
los árboles convertidos en
trozas,
muertos ya,
pulpa para el recuerdo,
material para entretejer
versos.
Fuiste mi Dios
y como Adán, también
me preñaste de frutas y
malinches,
de poemas y cogollos,
racimos de inexplicable
desconciertos.
Para nunca jamás
esta Eva verá espejismos
de paraíso
o morderá manzanas dulces
y peligrosas,
orgullosas,
soberbias,
inadecuadas
para el amor.
Gioconda Belli
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