EN EL FONDO DEL POZO
Allá en
el fondo del pozo donde las florecillas,
donde las lindas margaritas no vacilan,
donde no hay viento o perfume de hombre,
donde jamás el mar impone su amenaza,
allí, allí está quedo ese silencio
hecho como un rumor ahogado con un puño.
donde las lindas margaritas no vacilan,
donde no hay viento o perfume de hombre,
donde jamás el mar impone su amenaza,
allí, allí está quedo ese silencio
hecho como un rumor ahogado con un puño.
Si una
abeja, si un ave voladora,
si ese error que no se espera nunca
se produce,
el frío permanece.
El sueño en vertical hundió la tierra
y ya el aire está libre.
si ese error que no se espera nunca
se produce,
el frío permanece.
El sueño en vertical hundió la tierra
y ya el aire está libre.
Acaso una
voz, una mano, ya suelta,
un impulso hacia arriba aspira a luna,
a calma, a tibieza, a ese veneno
de una almohada en la boca que se ahoga.
un impulso hacia arriba aspira a luna,
a calma, a tibieza, a ese veneno
de una almohada en la boca que se ahoga.
¡Pero
dormir es tan sereno siempre!
sobre el frío, sobre el hielo, sobre una sombra de mejilla
sobre una palabra yerta y, más, ya ida,
sobre la misma tierra siempre virgen.
sobre el frío, sobre el hielo, sobre una sombra de mejilla
sobre una palabra yerta y, más, ya ida,
sobre la misma tierra siempre virgen.
Una
tabla en el fondo, oh pozo innúmero,
esa lisura ilustre que comprueba
que una espalda es contacto, es frío seco,
es sueño siempre aunque la frente esté cerrada.
esa lisura ilustre que comprueba
que una espalda es contacto, es frío seco,
es sueño siempre aunque la frente esté cerrada.
Pueden pasar ya nubes. Nadie sabe.
Ese
clamor…¿Existen las campanas?
Recuerdo
que el color blanco o las formas,
recuerdo
que los labios, sí, hasta hablaban.
Era el tiempo caliente. –Luz, inmólame-.
Era
entonces cuando el relámpago de pronto
quedaba
suspenso hecho de hierro.
Tiempo
de los suspiros o de adórame,
cuando
nunca las aves perdían plumas.
Tiempo de suavidad y permanencia;
los
galopes no daban en el pecho,
no
quedaban los cascos, no eran cera.
Las
lágrimas rodaban como besos.
y
en el oído el eco era ya sólido.
Así la eternidad era el minuto.
El
tiempo sólo una tremenda mano
sobre
el cabello largo detenida.
Oh sí, en este hondo silencio o
humedades,
bajo
las siete capas de cielo azul, yo ignoro
la
música cuajada en hielo súbito,
la
garganta que se derrumba sobre los ojos,
la
íntima onda que se anega sobre los labios.
Dormido como una tela
siente
crecer la yerba, el verde suave
que
inútilmente aguarda ser curvado.
Una mano de acero sobre el césped,
un
corazón, un juguete olvidado,
un
resorte, una lima, un beso, un vidrio.
Una flor de metal que así impasible
chupa
de tierra un silencio o memoria.
Vicente
Aleixandre
De
“Espadas como labios”
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