AL PIE DESDE SU NIÑO
El pie del niño aún no
sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o
manzana.
Pero luego los vidrios y
las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra
dura
van enseñando al pie que
no puede volar,
que no puede ser fruto
redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un
zapato.
Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a
su manera,
sin conocer el otro pie,
encerrado,
explorando la vida como un
ciego.
Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se
mudaron
en opaca substancia, en
cuerno duro,
y os pequeños pétalos del
niño
se aplastaron, se
desequilibraron,
tomaron formas de reptil
sin ojos,
cabezas triangulares de
gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la
muerte,
inaceptables
endurecimientos.
Pero ese ciego anduvo
sin tregua, sin paras
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los
ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su
zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el
amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero
se detuvo.
Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado
de ser pie,
si los enterraban para que
volara
o para que pudiera
ser manzana.
Pablo Neruda
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