AÑEJA COSTUMBRE
Buscador de perlas, sumergí lentamente mi cuerpo
en solitarias rocas jugando con la espuma de la costumbre.
Corales de sirenas acompañaron la inmersión
acariciando la gruta donde la voz dirige mis pies de atleta.
Ella sonríe mi llegada y se escabulle en burbujas de colores
dejando sobre mi piel la sal del tiempo.
Buscador de nada, encontré lejos del mar
rocas solitarias, dureza en el rostro de los altos riscos
y arena en los zapatos negros del desfile.
De tanto mudar la piel, se transforma mi osamenta
inerme en manantiales de historias,
agua bendita en las fontanelas inéditas y un líquido amoroso
inaugura el hambre del saber, la sed del deseo.
Después hallé balbuceos con forma de letra,
arabescos en las cifras del ser,
pinceladas de imágenes y un rumor marino
en lametea de la voz.
Absortas, mis manos escuchaban el origen de las estrellas
y, con los párpados cerrados frente a tu rostro,
besé el infinitivo.
También objetos absurdos descubrí:
metales pesados para el cuello, escalones de piedra
y nombres de dioses lejanos al hombre,
con cadenas en los pies para el que, aún,
no pudo deletrear las consonantes del hambre.
Y por fin, encontré sujetos extranjeros, a sí mismos,
con brazos de trabajo, cuerpo de palabras
y senda de huellas.
Tan dueños de sus fantasmas singulares,
tan gozantes en la semejanza de nada, que
se organizaron comandos en los barrios para nombrarles
marineros en tierra,
cadáveres en el mar de las cenizas
o locos de atar por el jornal.
Añeja costumbre
el diario sustento en cada comida.
Carlos Fernández del Ganso
Cuadro: "Atalaya de golondrinas" de Carlos Fernández del Ganso