PRIMER AMOR
¡Qué sorpresa tu cuerpo,
que inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder
gozar de todo
sin haberlo soñado, sin
que nunca
un ligero esperar
prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que
vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni
fondo.
¡Abismo y solo abismo de
ti hasta la muerte!
¡Tus brazos! Son tus
brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en
torno de tu cuerpo.
Tu pecho, el que suspira,
ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven…
¡Oh pecho de tu cuerpo,
tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que
así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que
ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres
cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera
gritada por la aurora?
¿Ceniza tú algún día?
¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida
recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas
nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la
que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole
la tierra.
Carmen Conde
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