RENUNCIO
A MORIR
Era
el otoño y la hoja de aquel árbol
temblaba.
También yo, también nosotros
teníamos
un temblor nuevo, una nueva
y
enfebrecida tarde. Como el mar
que
rompe hacia las rocas y las vence,
así
serás tú, estudiante. Conocía
tu
soledad, tu cuerpo, desde antes
de
ver tu cuerpo y ver tu soledad.
“¿Estudias
muchos?” “Estudio poco”. “¿Vives
poco?”
“No, vivo mucho”. Parecía
que
tus palabras me arrastraban,
era
todo tan nuestro de verdad, tan bello
de
verdad, tan sencillo. Me acordaba
de
aquel niño lejano que aún creía
en
Dios, en sus milagros. (Madre, madre,
un
día vendrá Dios hasta los pobres
y
hará justicia). Mientras, era el campo,
fijamente
mirábamos el campo
verde,
universitario, lentamente
se
humedecía la yerba. Era de oro
la
hoja del árbol y temblaba, era
no
sé de qué tu corazón y abría
sus
puertas a la yerva verde y húmeda.
Náufragos
del jardín, resucitábamos,
llegábamos
a amarnos, me perdía,
me
salvaba, dudé, toqué las llagas
de
aquel paisaje con los dedos como
se
toca un árbol, una flor, un cuerpo:
para
creer. Olía a vida. Se
respiraba
la vida. De repente
alguien,
en viento nos dejó sin libros,
nos
hizo dioses. Y quedamos solos,
frente
a frente, mirando aquellos campos
solitarios,
y libres, y vencidos,
a
nuestros pies. Podía renunciarse
a
morir ante aquel milagro. “Pero
¿me
escuchas, me comprendes, vas conmigo?
Era
el otoño y la hoja de aquel árbol,
que
era de oro de verdad, temblaba.
Carlos
Sahagún
No hay comentarios:
Publicar un comentario