LA MAESTRA RURAL
La Maestra era pura. “Los
suaves hortelanos”, decía,
“de este predio, que es
predio de Jesús,
han de conservar puros los
ojos y las manos,
guardar claros sus óleos,
para dar clara luz”.
La Maestra era pobre. Su
reino no es humano.
(Así en el doloroso
sembrador de Israel.)
Vestía sayas pardas, no
enjoyaba su mano
¡y era todo su espíritu un
inmenso joyel!
La Maestra era alegre.
¡Pobre mujer herida!
Su sonrisa fue un modo de
llorar con bondad.
Por sobre la sandalia rota
y enrojecida,
tal sonrisa, la insigne
flor de su santidad.
¡Dulce ser! En su río de
mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus
tigres el dolor!
Los hierros que le
abrieron el pecho generoso
¡más anchas le dejaron las
cuencas del amor!
¡Oh, labriego, cuyo hijo
de su labio aprendía
el himno y la plegaria,
nunca viste el fulgor
del lucero cautivo que en
sus carnes ardía:
pasaste sin besar su
corazón en flor!
Campesina, ¿recuerdas que
alguna vez prendiste
su nombre a un comentario
brutal o baladí?
Cien veces la miraste,
ninguna vez la viste
¡y en el solar de tu hijo,
de ella hay más que de ti!
Pasó por él su fina, su delicada esteva,
abriendo surcos donde
alojar perfección.
La albada de virtudes de
que lento se nieva
es suya. Campesina, ¿no le
pides perdón?
Daba sombra por una selva
su encina hendida
el día en que la muerte la
convidó a partir.
Pensando en que su madre
la esperaba dormida,
a La de Ojos Profundos se
dio sin resistir.
Y en su Dios se ha
dormido, como un cojín de luna;
almohada de sus sienes,
una constelación;
canta el Padre para ella
sus canciones de cuna
¡y la paz llueve largo
sobre su corazón!
Como un henchido vaso,
traía el alma hecha
para volcar aljófares
sobre la humanidad;
y era su vida humana la
dilatada brecha
que suele abrirse el Padre
para echar claridad.
Por eso aun el polvo de
sus huesos sustenta
púrpura de rosales de
violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas,
como aroma, me cuenta, las
plantas del que huella sus
huesos, al pasar!
Gabriela Mistral
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