SOY EL DESTINO
Sí,
te he querido como nunca
¿Por
qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima
si se
sabe que amar es sólo olvidas la vida,
cerrar
los ojos a lo oscuro presente para abrirlos a los radiantes límites de un
cuerpo?
Yo no
quiero leer en los libros una verdad que poco sube como un agua,
renuncio
a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,
pelada
roca donde se refleja mi frente cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.
No
quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,
embisten
a las orillas límites de su anhelo,
ríos
de los que unas voces inefables se alzan,
signos
que no comprendo echado entre los juncos.
No
quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena
mordida,
esa
seguridad de vivir con que la carne comulga
cuando
comprende que el mundo y este cuerpo
ruedan
como ese signo que el celeste ojo no
entiende.
No
quiero, no, clamar, alzar la lengua,
proyectarla
como esa piedra que se estrella en la
altura,
que
quiebra los cristales de esos inmensos cielos
tras
los que nadie escucha el rumor de la vida.
Quiero
vivir, vivir como la hierba dura,
como
el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante
como
el futuro de un niño que todavía no nace,
como
el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.
Soy
la música que bajo tantos cabellos hace el mundo en su vuelo misterioso,
pájaro
de inocencia que con sangre en alas
va a
morir en un pecho oprimido.
Soy
el destino que convoca a todos los que aman,
mar
único al que vendrán todos los radios amantes
que
buscan a su centro, rizados por el círculo
que
gira como la rosa rumorosa y total.
Soy
el caballo que enciende su crin contra el pelado viento
soy
el león torturado por su propia melena,
la
gacela que teme al río indiferente,
el
avasallador tigre que despuebla la selva,
el
diminuto escarabajo que también brilla en el día.
Nadie
puede ignorar la presencia del que vive,
del
que en pie en medio de las flechas gritadas,
muestra
su pecho transparente que no impide mirar,
que
nunca será cristal a pesar de su claridad,
porque
si acercáis vuestras manos, podéis sentir la sangre.
Vicente
Aleixandre
"La
destrucción del amor"
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