LOS QUE SE QUEDARON
Tiempos extraños,
lejanos de perfumes y cabellos al viento
la edad pasó en
horas congeladas y tardes de tedio,
corriendo por las
avenidas al ulular de las sirenas
que enfriaban las
hojas de los árboles,
antaño reverdecidas
de sol y sacrilegios
cometidos en
crueldades sin nombres,
sólo lápidas de
mármol convertidas
en blancas banderas
de rendición.
¿Qué demonios
arrojaban azufre sobre los adoquines,
apisonados
rectángulos prisión de hierro y piedra
que partía los
solitarios cuerpos de los jóvenes,
enrojecidos,
tristes de sangre de crepúsculos y muerte anticipada,
que congelaba el
alma?
En los exilios
pienso… y quedo detenida en el espacio,
y desciendo en
silencio los escalones del despojo,
y mi carne no
responde ya al estremecimiento
y abandonada yerra
por laberintos ciegos
lejos de cualquier
sueño.
Cómplices del
silencio, del crimen, de la hoguera,
nos quedamos
mirando los frentes de las casas
sin ángeles
pintados, sin olor a glicinas,
con gorriones de
luto y un otoño empalideciendo
la vida de los que
no partimos, sin saber por qué causa
la escarcha y el
glaciar mantienen la distancia
Después la noria
continuó girando
pero no pudo con los
lechos urgentes robados a la luna
que saben a agonías
con las sonrisas
detenidas en bordes de locura,
y pieles desmayadas
en frentes apretadas por latidos estériles
con vapores de
espanto.
No pudo con lo
inútil del un llanto,
un llanto de
fantasmas que atravesaba sombras
en regiones de
mausoleos de ónix,
donde esta vez el
ave se quedó de tutela durmiendo de costado.
Norma Menassa
De “Grafitis en el
cielo”
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