LOS IMPOSIBLES PÁJAROS
III
1
Con el amor hay que morir a solas.
Roque Esteban Scarpa
Crees llegar a mí
diariamente
con tu voz exterior, como
paisaje
sin sol, sin luz, indiferente
hielo,
con palabras extrañas a mi
sangre
como árboles que flotan
sin raíces.
Crees llegar a mí. Tu voz
diaria
apenas hiedra desraizada
cubre
la inmóvil superficie del
silencio
donde la sangre guarda en
su espesura
como un sordo clamor de
oculto río,
la roca en que estrellar
toda su fuerza,
su apasionado vértigo de
ti.
Porque llegas a mí tan
diferente…
por invisibles sendas tan
distintas…
Aquí, en el fondo oscuro
de esta gruta animal que
el hombre lleva
cavada por la mano del
instinto,
aquí donde resuella el
toro turbio
de la pasión, me llega tu
presencia
como rumor de ofidio en
los helechos,
entre las ramas frescas de
una selva
de incontenible amor.
No comprenderás nunca.
Porque te dije que el amor
no es esto
y que cruzo unos yermos
ateridos
que son –sí que lo sabe—hoy
mi vida,
sin esperar sus fuentes,
dulces, claras.
Ni aun ese doloroso amor
conozco
si no lo es este extraño
despeñarse
por el ciego deseo de tu
cuerpo.
Mas no comprenderás. Y no
me quejo.
No mío: de los hombres
todos, este
destino sordo es. Como fantasmas,
por la noche del mundo
errantes cruzan,
hasta el hueso colmados de
pasiones
inconfesadas, de
errabundos sueños
o encadenados ángeles que
claman
en el silencio oscuro de
los seres,
donde el hombre es el pozo
de sí mismo.
Los unos de los otros
ignorados,
habitados de inútiles
hogueras
donde cual propia leña se
consumen.
Un hombre es como un vasto
continente
ignoto. Por sus pálidas
orillas
otros seres discurren, tan
extraños,
y un mar de tedio y llanto
va a sus playas
en diaria y estúpida
costumbre.
Cada hombre clama solo su
amargura,
las interiores cárceles de
su alma.
Lejanos habitantes de
otros mundos
pasan cerca, se cruzan,
ciegamente.
Se muere a solas, sí. A solas
se agoniza
frente a la Eternidad,
bajo su gigantesca mano
oscura:
la nunca seca fuente de
los siglos.
Allí las solas tierras de
cada hombre
serán todas sustancia de
la Nada.
Leopoldo de Luis
Cuadro de Miguel Oscar Menassa
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