PERDÍ MI
JUVENTUD EN LOS BURDELES
Perdí
mi juventud en los burdeles
pero
no te he perdido
ni
un instante, mi bestia,
máquina
del placer, mi pobre novia
reventada
en el baile.
Me
acostaba contigo,
mordía
tus pezones furibundo,
me
ahogaba en tu perfume cada noche,
y
al alba te miraba
dormida
en la marea de la alcoba,
dura
como una roca en la tormenta.
Pasábamos
por ti como las olas
todos
los que te amábamos. Dormíamos
con
tu cuerpo sagrado.
Salíamos
de ti paridos nuevamente
por
el placer, al mundo.
Perdí
mi juventud en los burdeles,
pero
daría mi alma
por
besarte a la luz de los espejos
de
aquel salón, sepulcro de la carne,
el
cigarro y el vino.
Allí,
bella entre todas,
Reinabas
para mí sobre las nubes
de
la miseria.
A
torrentes tus ojos despedían
rayos
verdes y azules. A torrentes
tu
corazón salía hasta tus labios,
latía
largamente por tu cuerpo,
por
tus piernas hermosas
y
goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después
de la taberna,
a
tientas por la escala,
maldiciendo
la luz del nuevo día,
demonio
a los veinte años,
entré
al salón esa mañana negra.
Y
se me heló la sangre al verte muda,
rodeada
por las otras,
mudos
los instrumentos y las sillas,
y
la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban
en vano tu hermosura.
Un
coro de rameras te velaba
de
rodillas, oh hermosa
llama
de mi placer, y hasta diez velas
honraban
con su llanto el sacrificio,
y
allí donde bailaste
desnuda
para mí, todo era olor
a
muerte.
No
he podido saciarme nunca en nadie,
porque
yo iba subiendo, devorado
por
el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando
te hallé acostada boca arriba,
y
me dejaste frío en lo caliente,
y
te perdí, y no pude
nacer
de ti otra vez, y ya no pude
sino
bajar terriblemente solo
a
buscar mi cabeza por el mundo.
Gonzalo
Rojas
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