LA VOZ DEL POETA
En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobre gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro, contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los
muertos.
En lo alto del Faro,
amando, sabiendo que su canto no ha de ser comprendido.
Vestirse, alimentarse,
ganarse el pan de cada día,
discutir de las cosas banales,
endomingarse como cada cual
y hacer el amor a una dulce estudiante,
como cualquier empleado de Banca.
Y sin embargo,
velar largamente en duelo,
oir en los silencios el ritmo pavoroso de los
tiempos,
acariciar la marea de las edades inmensas,
rompiéndose en quejidos y maravillosas melodías
contra el humilde corazón infortunado
en lo alto
del Faro.
En lo alto del Faro,
mientras todos se emborrachan en los festines,
o corroen su envidia en las duras jornadas de
trabajo,
o acaso buscan sus puñales secretos
para degollar al niño desconsolado que ellos
fueron,
la mirada rauda de visiones
persigue el rumbo, en intemperie desconsolada y
altiva
de los navíos futuros.
Y preguntar a la sangre el por qué del olvido
e indagar las primaveras que nacen del sollozo
terrestre
y la melancolía que hila el atardecer solitario de
los cielos.
Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo su cabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo de antemano que nada es la respuesta.
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.
Miguel Labordeta
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