viernes, 27 de octubre de 2017

CONFESIÓN - Charles Baudelaire


 

CONFESIÓN

 

Una vez, una vez tan sólo, mujer buena y dulce,
en mi brazo tu brazo suave
se apoyó (y ese recuerdo nunca palideció
en el fondo tenebroso de mi alma);

 
era ya tarde; la luna llena se mostraba
igual que una medalla nueva,
y la solemnidad de la noche fluía,
como un río, sobre París dormido.

 
Pegándose a las casas, bajo las puertas cocheras,
había gatos que furtivamente se deslizaban,
al acecho sus orejas, o cual sombras soñadas,
muy despacio nos iban acompañando.

 
De pronto, en medio de la libre intimidad
que en pálida claridad estallaba, surgió
una nota doliente y muy rara que de ti venía, hermoso
y sonoro instrumento

 
en que sólo vibra la dicha radiosa,
de ti venía, clara y alegre cual
charanga en la deslumbrante mañana,
una nota vacilante y huidiza

 
como niño endeble, horroroso, sombrío,
inmundo, deshonor de familia,
y que para que nadie le viese,
en una cueva lo hubiesen ocultado.

 
Tu nota chillona cantaba, lamentándose:
“Aquí en la tierra nada es seguro,
y siempre, por muchos afeites que lleve,
el humano egoísmo se traiciona;

 
duro oficio es el ser mujer hermosa,
semejante al trabajo banal
de la bailarina locuela e impasible
que en su sonrisa maquinal desfallece;

 
apoyarse en la bondad es inepcia;
todo es falso, amor y belleza,
hasta que el Olvido los mete en un saco
y los devuelve a la Eternidad”.

 
Muy a menudo evoqué esa luna, hechizada,
y también ese silencio y esa flojedad,
y también esa extraña confidencia
en el confesionario del corazón susurrada.

 
Charles Baudelaire

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