CONFESIÓN
Una
vez, una vez tan sólo, mujer buena y dulce,
en
mi brazo tu brazo suavese apoyó (y ese recuerdo nunca palideció
en el fondo tenebroso de mi alma);
igual que una medalla nueva,
y la solemnidad de la noche fluía,
como un río, sobre París dormido.
había gatos que furtivamente se deslizaban,
al acecho sus orejas, o cual sombras soñadas,
muy despacio nos iban acompañando.
que en pálida claridad estallaba, surgió
una nota doliente y muy rara que de ti venía, hermoso
y sonoro instrumento
de ti venía, clara y alegre cual
charanga en la deslumbrante mañana,
una nota vacilante y huidiza
inmundo, deshonor de familia,
y que para que nadie le viese,
en una cueva lo hubiesen ocultado.
“Aquí en la tierra nada es seguro,
y siempre, por muchos afeites que lleve,
el humano egoísmo se traiciona;
semejante al trabajo banal
de la bailarina locuela e impasible
que en su sonrisa maquinal desfallece;
todo es falso, amor y belleza,
hasta que el Olvido los mete en un saco
y los devuelve a la Eternidad”.
y también ese silencio y esa flojedad,
y también esa extraña confidencia
en el confesionario del corazón susurrada.
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