viernes, 29 de mayo de 2015

Poemas del recital 17 de abril de 2015

El escritor que tiene todo lo que ambiciona
no puede ser poeta.
Miguel Oscar Menassa
LOS ANTOJOS DE LA NIÑEZ

A todos nos gustan los juegos de niño con mamá y papá.
Aquel cuarto…
donde los juguetes respiraban al ritmo de nuestro palpitante corazón
personajes animados cómplices de tal desamor.

La ventana que daba al jardín
hacía penetrar colores nuevos, aroma de flores…
donde huía la mirada y se perdía
sin comprender a quien amaba.

Eran nuestros héroes, nuestra magia,
como sacados de un cuento,
de libros de escudería…
se encontraban en nuestras letras y caligrafía
en algún sombrero de mago del que surgía cualquier chirigota…
y si en algún momento desaparecían
ahí estaba el hada que con su barita, en oro, todo convertía.

Nosotros también teníamos esa magia guardada en un bolsillo
y la herramienta para amarrar los clavos a cualquier mesa. Con un talante exquisito,
el llanto surgía,
era sencillo
y en un instante con nuestros padres en el bolsillo.

Mamá cocinaba y en sí despertaba cualquier perfume de
la cocina. Toda una intriga se desvelaba.

Peleábamos por llevar su delantal, ponernos los guantes  y  empezar a dibujar.
De todo sabíamos y entre cacharros, huevos, harina y azúcar nos deleitábamos,
era la carne cualquier excusa.
Las manos nos revelaban aquel secreto y con los años
entenderíamos que aquel amor no era ni más ni menos que un desengaño.
Después del embrollo ya crecía el bollo y con asombro y sin mesura convertíamos
en circo toda una cocina.

Mamá era mía.
Todos queríamos comprarla con  la paga del domingo
y con el cambio aniquilar al hermanito.
Papá, aquel ingrediente que nos sobraba al ir a la cama,
le venderíamos al mejor postor.
Debíamos aniquilar a papá con una sonrisa de arlequín
para no dejar sospecha
y si alguien preguntaba…
tal vez fue la vecina que a menudo nos visitaba.

Emprenderíamos nuestra primera aventura y en el destino, el abandono de nuestra madre.
¿Qué habíamos hecho, nos habíamos portado mal?, pues mejor quedarse con el hermano aunque tuviera que compartir, tampoco estaba tan mal.
Este, el primer día de escuela, dados de la mano sin saber hacia donde nos dirigíamos, emprenderíamos nuestro primer viaje de despedida.
Ya llegábamos a nuestro destino, en un instante entre murmullos de los de antes, rodeados
de gigantes, nos acechaban y de enanitos temblorosos con el presagio de que viene el lobo.

Todos quisimos encontrar la moneda que nos librase de aquella pena, refugiarnos del lobo y de aquel lodo de las sementeras.
Quisimos cambiar el camino al rumbo de  las sirenas, comprar golosinas e ir a la feria.
Cambiar de camisa al antojo de un día cualquiera, cambiar de legado, sumar más razones, tirar de la falda a esa señora que todo lo sabe.

Anhelábamos hablar, conversar y decirle al que sabe que nosotros también podemos odiarle.
Comer en  los tejados que dan al cielo
Reírnos a carcajadas de cualquier chiste,
Escondernos en los rincones de aquella tarde
Decirles que un niño nunca recuerda que preguntó ayer.

Ya las manos nos desvelaron aquel secreto…
ya con los años entenderíamos
que aquel amor no era ni más ni menos
el amor de un tercero.


Esther Núñez  Roma

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