Lo que profundamente asemeja un hombre a una mujer es
que,
para los dos,
la madre siempre es una mujer.
Miguel Oscar Menassa
¡Ah!
Eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha,
bravía
lucha del mar con la sed,
cantil
todo de agua que amenazas hundirte
sobre
mi forma lisa, lámina sin recuerdo.
Eres
tú, sombra del mar poderoso,
genial
rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire,
abatimiento
o pesadumbre que amenazas mi vida
como
un amor que con la muerte acaba.
Mátame
si tú quieres, mar de plomo impiadoso,
gota
inmensa que contiene la tierra,
fuego
destructor de mi vida sin numen
aquí
en la playa donde la luz se arrastra.
Mátame
como si un puñal, un sol dorado o lúcido,
una
mirada buida de un inviolable ojo,
un
brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,
un
relámpago que buscase mi pecho o su destino…
¡Ah,
pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,
frente
a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos,
a
ti cuyos celestes peces entre nubes
son
como pájaros olvidados del hondo!
Vengan
a mí tus espumas rompientes, cristalinas,
vengan
los brazos verdes desplomándose,
venga
la asfixia cuando el cuerpo se crispa
sumido
bajo los labios negros que se derrumban.
Luzca
el morado sol sobre la muerte uniforme.
venga
la muerte total en la playa que sostengo,
en
esta terrena playa que en mi pecho gravita,
por
la que unos pies ligeros parece que se escapan.
Quiero
el color rosa o la vida,
quiero
el rojo o su amarillo frenético,
quiero
ese túnel donde el color se disuelve
en
el negro falaz con que la muerte ríe en la boca.
Quiero
besar el marfil de la mudez penúltima,
cuando
el mar se retira apresurándose,
cuando
sobre la arena quedan sólo unas conchas,
unas
frías escamas de unos peces amándose.
Muerte
como el puñado de arena,
como
el agua que en el hoyo queda solitaria,
como
la gaviota que en medio de la noche
tiene
un color de sangre sobre el mar que no existe.
Vicente
Aleixandre
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