viernes, 19 de julio de 2013

Dedicatoria al padre


Al Padre

Donde sobre las aguas violeta
estaba Messina, entre cables rotos
y ruinas tú marchas entre vías
y cambios con tu gorro de gallo
isleño. El terremoto hierve
desde hace tres días, diciembre de huracanes
y mar envenenado. Nuestras noches caen
en los vagones de carga y nosotros, rebaño infantil,
contamos sueños polvorientos con los muertos
aplastados por hierros, mientras mordemos almendras
y guirnaldas de manzanas secas. La ciencia
del dolor puso verdad y aceros
en los juegos de las bajas llanuras de malaria
amarilla y terciaria hinchada de barro.

Tu paciencia
triste, delicada, nos robó el miedo,
fue lección de días unidos a la muerte
apresados entre las ruinas y ajusticiados en la tiniebla
por la fusilería de los desembarcos, cuenta
de números bajos que resultaba exacta,
concéntrica, un balance de vida futura.

Tu gorro de sol bajaba y subía
en el poco espacio que siempre te han dado.

También a mi me midieron cada cosa
y he llevado tu nombre
un poco más allá del odio y de la envidia.
Ese rojo sobre tu cabeza era una mitra,
una corona con alas de águila.
Y ahora, en el águila de tus noventa años
he querido hablar contigo, con tus señales
de partida coloreadas por la linterna
nocturnal y aquí desde una rueda
imperfecta del mundo,
sobre un cúmulo de muros cerrados,
lejos de los jazmines de Arabia
donde todavía estás, para decirle
lo que en un tiempo no pude –difícil afinidad
del pensamiento- para decirle, y no nos escuchan sólo
cigarras en los cruces, agaves lentiscos,
como el campesino dice a su señor:
“Besamos las manos”. Esto nada más.
Oscuramente fuerte es la vida.

Salvatore Quasimodo
Italia, 1901

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