lunes, 19 de junio de 2017

Homenaje a la revista "Las 2001 Noches" - poema publicado en el nº 114


 

VECINO DE LA MUERTE

 

Patio de vecindad que nadie alquila

igual que un pueblo de panales secos;

pintadas de recuerdos y leche las paredes

a mi ventana emiten silencios y anteojos.

Aquí entro: aquí anduvo la muerte mi vecina

sesteando a la sombra de los sepultureros,

lamida por la lengua de un perro guarda-lápidas;

aquí, muy preservados del relente y las penas,

porfiaron los muertos con los muertos

rivalizando en huesos como en mármoles.

Oigo una voz de rostro desmayado,

unos cuervos que informan mi corazón de luto

haciéndome tragar húmedas ranas,

echándome a la cara los tornasoles trémulos

que devuelve en su espejo la inquietud.

¿Qué queda en este campo secuestrado,

en estas minas de carbón y plomo,

de tantos enterrados por riguroso orden?

No hay nada sino un monte de riqueza explotado.

Los enterrados con bastón y mitra,

los altos personajes de la muerte,

las niñas que expiraron de sed por la entrepierna

donde jamás tuvieron un arado y dos bueyes,

los duros picadores pródigos de sus músculos

muertos con las heridas rodeadas de cuernos:

todos los destetados del aire y el amor

de un polvo huésped ahora se amamantan.

¿Y para quién están los tercos epitafios,

las alabanzas más sañudas,

formuladas a fuerza de cincel y mentiras,

atacando el silencio natural de las piedras,

todas con menoscabos y agujeros

de ser ramoneadas con hambre y con constancia

por una amante oveja de dos labios?

¿Y este espolón constituido en gallo

irá a una sombra malgastada en mármol y ladrillo?

¿No cumplirá mi sangre su misión: ser estiércol?

¿Oiré cómo murmuran de mis huesos,

me mirarán con esa mirada de tinaja vacía

que da la muerte a todo el que la trata?

¿Me asaltarán espectros en forma de coronas,

funerarios nacidos del pecado

de un cirio y una caja boquiabierta?

Yo no quiero agregar pechuga al polvo:

me niego a su destino: ser echado a un rincón.

Prefiero que me coman los lobos y los perros,

que mis huesos actúen como estacas

para atar cerdos o picar espartos.

El polvo es paz que llega con su bandera blanca

sobre los ataúdes y las cosas caídas,

pero bajo los pliegues un colmillo

de rabioso marfil contaminado

nos sigue a todas partes, nos vigila,

y apenas nos paramos nos inciensa de siglos,

nos reduce a cornisas y a santos arrumbados.

Y es que el polvo no es tierra.

La tierra es un amor dispuesto a ser un hoyo,

dispuesto a ser un árbol, un volcán y una fuente.

Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,

el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato

a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.

Guárdate de que el polvo coloque dulcemente

su secular paloma en tu cabeza,

de que incube sus huevos en tus labios,

de que anide cayéndose en tus ojos,

de que habite tranquilo en tu vestido,

de aceptar sus herencias de notarías y templos.

Úsate en contra suya,

defiéndete de su callado ataque,

asústalo con besos y caricias,

ahuyéntalo con saltos y canciones,

mátalo rociándolo de vino, amor y sangre.

En esta gran bodega donde fermenta el polvo,

donde es inútil injerir sonrisas,

pido ser cuando quieto lo que no soy movido:

un vegetal sin ojos ni problemas,

cuajar, cuajar en algo más que en polvo,

como el sueño en estatua derribada;

que mis zapatos últimos demuestren ser cortezas,

que se produzcan cuarzos de mi encantada boca,

que se apoyen en mí sembrados y viñedos,

que me dediquen mosto las cepas por su origen.

Aquel barbecho lleno de inagotables besos,

aquella cuesta de uvas quiero tener encima

cuando descanse al fin de esta faena

de dar conversaciones, abrazos y pesares,

de cultivar cabellos, arrugas y esperanzas

y de sentir un yunque sobre cada deseo.

No quiero que me entierren donde me han de enterrar.

Haré un hoyo en el campo y esperaré a que venga

la muerte en dirección a mi garganta

con un cuerno, un tintero, un monaguillo

y un collar de cencerros castrados en la lengua,

para echarme puñados de mi especie.

 

Miguel Hernández

 

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