LA NOSTALGIA ES UN PÁJARO QUE
ENCIENDE SU RUMOR EN LA NOCHE
En una ciudad de
provincia. En una ciudad con tiendas de ultramarinos y ángeles que cruzan el cielo
en bicicleta.
Es una tarde de domingo, a
eso de la tibia luz del anochecer cuando aún no han dado las ocho.
Bajo la dulce curva de los
soportales las muchachas como yedras fragantes ensueñan el melado torso de los
jóvenes.
Mi memoria advierte esa
dicha, el celeste vapor que los labios exhalan entre palabras secretas.
Lo que recuerdo es
hermoso, como el aceite
que resbala de una tea encendida y fulgente se esparce sobre los cuerpos
desnudos,
sobre el súbito mármol de
los amantes dormidos.
Lo que borda la ternura
sobre los valles del Bierzo, lo que lentamente abolido aún palita como un rubí
en el melodioso
pico de los pájaros. Así os
he sentido, libres y gozosos días donde viví cansado por la luz, radiante,
estremecido,
hijo de la tristeza y los
relámpagos.
En una ciudad de
provincia. En una ciudad con escaparates y jardines y trenes silenciosos. En una
oscuridad amenazada
por el muro cinerario de
la aurora.
El otoño era bello, nuestros
pensamientos tenían la sonrisa del niño que se baña en el río.
Como nacidos del puente o
de la torre, como la
piedra, despacio, el deseo de la aventura fue huyendo de nosotros,
como la albahaca de los
oteros
de junio, como el jaspe
que lanzado por la honda si la brillante hacia los cielos.
Llueve, esa gente que soy
y que conozco ha salido a la calle, al céfiro suave de los dialectos del monte.
La noche ha puesto
lámparas apagadas en los
nidos vacíos, solitarios pastores en las tristes cañadas del otoño.
Ya lo sabéis, como esa
postal borrada por el sol que guarda en su zurrón un cartero celoso.
Juan Carlos Mestre
Cuadro: "Recuerdos de tu paso" de Miguel Oscar Menassa